Image: ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco

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Ensayo

¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco

JOSÉ MARíA CALLEJA

14 noviembre, 2001 01:00

Premio Espasa. Espasa. Madrid, 2001. 256 páginas, 2.900 pesetas


Es obvio que éste es un texto militante; en ningún momento oculta Calleja que él es de los que han levantado la bandera contra la opresión nacionalista. El lector se sobrecoge con el relato de los que prefieren mirar a otro lado o, incluso, de los que justifican la muerte de los españolistas

A Salman Rushdie clérigos y predicadores iraníes le condenaron, en 1989, a muerte por haber escrito una novela. A José María Fernández Calleja la Ertzaintza le tuvo que montar, en 1995, un servicio de escoltas siete días a la semana. Su pecado era ser un "terrorista de la pluma". Lo curioso es que trabajaba en los informativos de Euskal Televista, una de las televisiones más manipuladoras de la opinión pública del mundo. En un organismo público tan controlado por el PNV y el nacionalismo vasco lo que pudiera hacer y decir Calleja no era mucho, pero lo suficiente para que fuese el primer periodista vasco sometido a protección policial permanente. Ahora mismo son numerosísimos los periodistas obligados a llevar escolta. Las medidas de protección se han generalizado y llegan hasta los profesores de universidad.

¡Arriba Euskadi! conforma un mosaico de la vida cotidiana en el País Vasco. Calleja maneja una prosa amena, fluida y algo barroca para retratar en 18 escenas, organizadas en capítulos, el día a día del acontecer político y social vasco. El lector contempla tanto acontecimientos recientes como hechos pasados. Con este juego de perspectivas, el autor va desmenuzando el entramado del nacionalismo vasco. Comienza Calleja con la narración del asesinato del máximo responsable de la Policía Municipal de San Sebastián y del estado de desamparo en el que queda su viuda. Más adelante escribe de otras muertes y de la organización de ETA en los subsuelos de los procesos de socialización de niños y adultos. Tras contemplar las banderas de enganche del nacionalismo independentista, el lector se sobrecoge con el relato de los que prefieren mirar a otro lado o, incluso, de los que justifican la muerte de los españolistas. El último capítulo está dedicado a las víctimas del terrorismo.

Es obvio que éste es un texto militante; en ningún momento oculta Calleja que él es de los que han levantado la bandera contra la opresión nacionalista. Sin embargo, tras leer estas páginas se tiene la misma sensación que cuando se está ante los relatos de las atrocidades de los campos de exterminio nazis. Se lee a Primo Levi y se siente que no lo dice todo, que queda un fondo de degradación al que su pudor no le deja entrar. Hay más y aquí pasa lo mismo. No es que Calleja no cuente cómo al hijo de un dirigente del PP le han apaleado en una calle de un pueblo en fiestas y luego se han orinado encima. Se trata de otra cosa, de percibir entre líneas que la miseria moral de cierto nacionalismo vasco se ha degradado hasta límites repugnantes.

Dos de los capítulos más vidriosos son los que se refieren a la oligarquía de Neguri, "el mundo de los negocios de Vizcaya", y a los vascos instalados en Madrid. Dos grupos, en este afilado análisis convencidos de que son mejores, expertos en nadar y guardar la ropa. Con ellos no van los asesinatos y si hay que pagar el impuesto revolucionario lo incluyen en el balance empresarial y a comer angulas. Lo que Calleja muestra con enorme finura es el gigantesco engaño que se ha montado en el País Vasco. Para encontrar algo semejante en la Europa de los últimos cien años hay que irse a la Alemania del periodo anterior a la II Guerra Mundial. El aparato de propaganda de Hitler convenció a millones de europeos de la necesidad de expansión territorial de su país. Cuando, ya en 1939, puso en marcha la maquinaria bélica, sus soldados de infantería llevaban grabado en la magnífica hebilla de su cinturón de cuero, "Got mit uns" (Dios con nosotros). En el País Vasco es evidente, como señala Calleja, que algún clérigo con el suficiente prestigio moral e intelectual ha convencido a mucha gente de que matar españoles o arruinar vidas no es pecado. Se puede cometer homicidio con tal de que sea a españoles: gentes miserables, bárbaras y descreídas que ocupan y destrozan la idílica Euskal Herria.

En lo que ya no es tan original Calleja es en afirmar que el conflicto vasco no tiene solución negociada. Utiliza el término "conflicto irreducible" porque entiende que el odio ha empapado demasiado el paisaje humano. Así las cosas, despreciando al prójimo español y con una ETA que cobra impuestos, tiene ejército, administra justicia, con pena de muerte incluida, e imparte educación, cultura y deporte es muy difícil entenderse. Queda, eso sí, la esperanza en tipos como Calleja que se atreven a escribir libros como éste. Hace veinte años era imposible leer algo parecido, no porque no sucediera lo que se relata sino porque nadie se atrevía a hacerlo. Quizá aún estemos a tiempo de evitar que el País Vasco se convierta en una mezcla de Irlanda del Norte y de Colombia.