Image: Los ojos de la guerra

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Ensayo

Los ojos de la guerra

VARIOS AUTORES

28 noviembre, 2001 01:00

Edición de Gervasio Sánchez y Manuel Leguineche. Plaza & Janés, 2001. 432 páginas, 2.995 pesetas

Hay mucha emoción, quizá demasiada, en las páginas de este libro en el que, como reza la portada ,"70 corresponsales escriben sobre su profesión y recuerdan a Miguel Gil, muerto en Sierra Leona". Yo añadiría que también honran el recuerdo de Kurt Schork , otro magnífico corresponsal que también iba en el Mercedes azul al que tendieron una emboscada en una carretera de Sierra Leona hace año y medio.

Manuel Leguineche y Gervasio Sánchez han enhebrado, como editores, 78 textos en un brillante mosaico que presenta la transformación del periodismo de guerra a lo largo del siglo XX. Su momento de gloria fue la guerra de Vietnam: los medios de comunicación fueron decisivos para lograr el fin de un conflicto absurdo. La guerra de las Malvinas cambió las cosas porque el escenario bélico estaba a 600 kilómetros de la costa argentina y allí no se llegaba si no te llevaba la armada. Los periodistas ingleses firmaron compromisos de atenerse a la censura y el ejército ganó la partida. La guerra del Golfo demostró el control de la información por parte militar.

En una de las dos colaboraciones de Kapuscinski a este volumen se señala un segundo problema, añadido al de la censura. El mundo de los medios ha crecido tanto que se ha convertido en un gigante que se autoalimenta para acabar produciendo una información que cada vez en más ocasiones no se ajusta a lo que sucede de verdad. Por si esto fuera poco, el desarrollo de las nuevas tecnologías hace que el jefe disponga desde la sede de su diario o de su agencia de informaciones facilitadas a la vez, y en tiempo real, de muchas fuentes, así que su visión de los acontecimientos puede ser muy distinta de la del reportero.

El corresponsal de guerra que sale de estas páginas asusta. De pronto es enviado al escenario de un conflicto bélico. Cuando llega puede no conocer el idioma local y verse enfrentado a los dramas individuales y colectivos de toda guerra. Además de todo esto debe integrarse en un grupo porque un reportero no puede ir nunca solo. Además, los corresponsales acostumbran a tener a gala su insubordinación crónica respecto de las redacciones, y sobre todo los gerentes, pendientes siempre del dinero y la rentabilidad. Pese a todo, este volumen deja contemplar la grandeza de la raza de los enviados especiales. Emociona leer sus esfuerzos en los peores lugares. Están allí para despertar la conciencia moral de la humanidad. Desde las páginas de los periódicos hacen menos malo el mundo.

Miguel Gil ilustra lo mejor de una profesión que, ahora, se está dejando la vida en Afganistán. Conmueve leer los dos artículos de Julio Fuentes. El primero sobre Miguel Gil, sus afectos y su profesión. El segundo, en torno a la guerra de Chechenia.
Algo que espanta es saber que Julio Fuentes no podrá leer este libro porque el lunes 19 tuvo una muerte muy parecida a la Gil. En Afganistán han muerto siete periodistas en un semana. Quizá todos ellos reciban el homenaje que se merecen. Mientras tanto habrán de cuidarse del odio, de la violencia y enfrentar los tremendos dilemas morales que se plantean a todo aquel que entra en la vida cotidiana de los más desfavorecidos y de los que matan y exterminan con las peores crueldades.