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Una teoría general del amor
THOMAS LEWIS, F. AMINI y RICHARD LANNON
5 diciembre, 2001 01:00Lewis, Amini y Lannon sitúan en el cerebro el epicentro de las operaciones de la actividad sentimental y establecen una jerarquía evolutiva de las emociones. Los autores recogen una conocida teoría neurológica según la cual el cerebro humano es una estructura neuronal, formada a partir de un cerebro reptiliano al que la evolución le habría añadido el cerebro límbico y el neocórtex. El cerebro del reptil que todo humano lleva dentro, en opinión de los autores, constituye un centro de alarma que nos pone en guardia ante cualquier sombra de ataque. Para ello prepara y modifica la fisiología de nuestro organismo: ante una amenaza el corazón late más deprisa. Esta estructura cerebral es incapaz de manejar emociones. Una serpiente es incapaz de sentir afecto. Con la evolución aparece el cerebro límbico, característico de los mamíferos. En la cabeza humana se sitúa encima del reptiliano y es capaz de organizar los estados de ánimo. El miedo, la ira, los celos o la vergöenza se sitúan ahí. Cubriendo las dos estructuras anteriores, está el neocórtex. Se trata de la formación neuronal más específica de los humanos y gestiona una capacidad de abstracción tan compleja como es el lenguaje.
En opinión de los autores el cerebro límbico es la estructura responsable del amor y de la característica más esencial de los mamíferos: el apego. Gracias al cerebro límbico, padres e hijos se aman, se cuidan y son capaces de establecer pautas de apego grupal que permanecer án vigentes a lo largo de la existencia y que conformarán rasgos determinantes en los emparejamientos. Así, el enamoramiento viene determinado por unos atractores límbicos que activan los aspectos compatibles de las personas. Hasta aquí Lewis, Amini y Lannon se mueven en un terreno teórico aceptado por buena parte de la comunidad científica. A nadie extraña que el afecto del contacto humano libere opiáceos en el cerebro. El amor es un magnífico calmante para la soledad del mamífero. El problema asoma cuando nuestros autores afirman que el aprendizaje emocional se adquiere de forma implícita a través de la memoria. Esto significa que el niño no debería apartarse de un entorno familiar que predetermina su posterior desarrollo emocional.
De las Heras, psiquiatra como los autores del libro anterior, ha escrito un ameno texto dedicado a quienes desean convertir el amor en un sentimiento estable en sus vidas. Por las páginas de Difíciles de amar desfilan desde "celosos y posesivos" hasta "sexualmente raros" , "dominantes y dominados". Toda una tipología de personalidades paranoicas, narcisistas, obsesivas o histriónicas que pueden estar escondidas en cualquiera de los recovecos del enamoramiento. Un libro lleno de advertencias útiles.
Bien curtida en la reflexión amorosa, Rosa Pereda ha escrito además de un sinfín de artículos, un buen par de libros: El triangulo amoroso y Teatros del corazón. En este último escribe que "uno no se imagina en plenitud sino como enamorado". Lo cierto es que a comienzos del tercer milenio el paradigma individual es la autorrealización y para ello lo mejor es el amor, convertido ahora en la dovela de la vida de todos. Cuando el enamoramiento falla se recurre al hijo, nuevo gran objeto amoroso. Pereda ha escogido una perspectiva femenina para abordar una historia de los sentimientos que muestra cómo el amor padece la coerción de las estructuras sociales. Con aportaciones tomadas de la antropología cultural, del arte, de la literatura, se conforma un mosaico que confirma algo que veníamos sospechando: el amor también se aprende.