Alejandra Pizarnik
CÉSAR AIRA
19 diciembre, 2001 01:00Pizarnik trató a algunos de los personajes más destacados de este mundillo, sin ser propiamente discípula de ninguno, salvo quizá del ya entonces un tanto olvidado Antonio Porchia. Agudamente, Aira reconoce en el estilo de su biografiada los rasgos de los aforismos de Porchia. Así, los brevísimos poemas de Pizarnik tienen algo de aforismo estilizado. No son los textos de una visionaria, sino de una sofista hábil, que juega con las distorsiones de la lógica hasta producir en el lector la ilusión de una irrealidad poéticamente plausible: "ahora/en esta hora inocente/yo y la que fui nos sentamos/en el umbral de mi mirada".
Cuenta Aira sin aspavientos la estancia de su biografiada en París, su amistad con Octavio Paz (y la inquina, transmutada en literatura, que le tomó la entonces mujer de éste, Elena Garro), sus trabajos literarios de poca monta, sus vueltas a una obra perfecta y, sin embargo, dolorosamente limitada. Pasa sobre ascuas sobre la enfermedad mental de la autora y las circunstancias de su suicidio. Evita, en fin, la esperable conversión de su breve narración biográfica en hagiografía. Agradece el lector esta contención y esta lección de respetuoso descreimiento. Y echa de menos tanto en la biografía propiamente dicha como en la breve antología que la acompaña, algunas páginas dedicadas a uno de los aspectos más sorprendentes de la obra de esta autora: su ingenio y su salvaje sentido del humor, tal como se manifiestan, por ejemplo, en sus cartas o en obras como Los poseídos entre lilas. Un tanto perentoriamente, Aira dice de la Pizarnik que "su personalidad, su estilo y su historia eran refractarios al humor". Y eso sólo es cierto a medias.