Image: Melodía de un recuerdo

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Ensayo

Melodía de un recuerdo

María Teresa Álvarez

23 enero, 2002 01:00

María Teresa Álvarez

Martínez Roca. Barcelona, 2001. 235 páginas, 15 euros

Quizá con la excepción de Fernando VII, ningún monarca de la Historia española contemporánea ha sido objeto de una visión tan negativa como Isabel II. Debe decirse que sus enemigos no eran pocos. Para los carlistas, encarnaba un ataque directo contra la legitimidad dinástica; para no pocos liberales era un fiel trasunto de la hipocresía mojigata de una sociedad que se negaba a avanzar; para los republicanos, constituía el símbolo de una institución decadente de la que había que prescindir a todo trance. No resulta por ello extraño que cuando en 1868 estalló una revolución encaminada a destronarla tuviera un éxito fulgurante amén de pacífico. Tampoco choca que en los años siguientes, incluso después de operarse la Restauración en la persona de su hijo Alfonso XII, Isabel II fuera poco menos que obligada a continuar en el exilio.

La presente novela, iniciada con una carta supuestamente escrita el día siguiente al fallecimiento de la reina, constituye un intento interesante y ameno de contemplar la figura de Isabel II partiendo de una perspectiva bien distinta en la que los aspectos humanos predominan netamente sobre los estrictamente políticos. Aurora, una mujer cercana a ella en muchos más sentidos de los que puede parecer a primera vista, irá desgranando recuerdos en torno a un personaje que, en buena medida, se vio atrapada en una red de desdichas y desamores desde su infancia. Desprovista de cariño por una madre más atenta a los problemas políticos que al cumplimiento de sus obligaciones maternas, pasaría a ser una adolescente casada con una persona acentuadamente inconveniente en quien tampoco encontraría ni amor, ni apoyo, ni siquiera cariño. Esa vivencia personal desdichada se entrelazaba con una trayectoria política que no pudo calificarse de afortunada. Los cortesanos que la aconsejaban no eran afectos al sistema constitucional, en parte, porque no lo conocían y, en parte, porque preferían el absolutismo y los que eran duchos en constituciones procuraban extraer de la reina únicamente beneficios personales. El resultado final fue su caída en el descrédito, la revolución y el exilio. Su muerte, alejada de una patria a la que siempre había amado, vendría a ser la consumación de una vida desdichada que la novela sabe pintar con una especial delicadeza y sin caer en la tentación del tremendismo o en la lágrima fácil.

De lectura grata y con una documentación subyacente nada desdeñable, sólo resulta discutible la circunstancia -que aquí no puede desvelarse- que impulsa a Aurora a comprender a la reina y a sentir por ella afecto. Y es que, al concluir la lectura de la obra, lo normal es sentir por Isabel II una compasión agridulce que nace de haber contemplado su lado humano y que no necesita tener el menor punto de contacto con el trasfondo personal de Aurora.