Ensayo

Caneja. Una mirada del siglo XX

Javier Villán

27 febrero, 2002 01:00

Akal. Barcelona, 2001. 303 páginas, 13’75 euros

Libro extraño y muy hermoso este de Javier Villán sobre Caneja. Extraño porque es una biografía contada sin otro orden ni concierto que la geometría del afecto por el pintor y su inolvidable esposa. El relato de una testamentaría entreverada de diario personal, falto de retórica y convertido en melancólica fábula moral.

No es Caneja (Palencia, 1905-Madrid, 1988) un pintor popular, ni pretendió nunca serlo. Fue dueño de un cubismo desvanecido y pálido, vertido sobre todo en paisajes en que la tierra anega el horizonte. Caneja fue, además de un gran pintor, un hombre singular. En 1947 fue detenido por promover una huelga y le cayeron tres años, que cumplió en el penal de Ocaña. Los amigos le consiguieron, nada más salir de la cárcel, la que fuera su primera muestra de reconocimiento oficial: una exposición en el Museo Español de Arte Contemporáneo. Luego llegaron otros honores y, tras su muerte, la creación de la Fundación Caneja en su Palencia natal y la incorporación de sus cuadros al IVAM, al MNCARS y al Museo Municipal de Madrid.

El diario comienza el 19 de agosto de 1997, cuando el autor regresa del velatorio de Isabel, aliviado por el fin de su dolorosa enfermedad y abrumado por la tarea que le espera: ocuparse de sacar la obra de Caneja del respetuoso olvido. A partir de ahí Villán combina con un acierto encomiable los avatares de esta misión con la construcción de un retrato de Caneja, incitado por sus recuerdos de Isabel. No es de extrañar que Juan Manuel Bonet, en el cariñoso prólogo, califique este libro de "solanesco". Lo es por la España que refleja, la de esa larga posguerra por la que transitó el lacónico pintor acompañado por su esposa, la hermosa Isabel Fernández Almasa, modelo de Balenciaga.

La verdad es que en esta marea de desmemoria que venimos sufriendo, este libro es una fuente inapreciable de información sobre la cultura que resistió al franquismo. Villán no entra a hacer juicios, ni estéticos ni políticos, pero su testimonio está ahí, como una deuda saldada. Leyéndolo también saldamos nosotros algunas de las nuestras.