Image: Una mente prodigiosa

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Ensayo

Una mente prodigiosa

Sylvia Nasar

13 marzo, 2002 01:00

Traducción de R. Martínez Muntada. Mondadori, 2001. 599 págs., 21’04 euros

John Forbes Nash nació en 1928 en Virginia y a sus 20 años llegó a Princeton para realizar el doctorado. Durante diez años desarrolla todo el potencial de su genialidad, atacando aquellas cuestiones en que podía entrever una pregunta importante. No era un investigador sistemático que siguiera una línea previsible, sino un gran intuitivo, perseguidor de problemas no resueltos que pudieran darle gloria; él los comenzaba desde cero, abriendo nuevos caminos, sin importarle consultar a los expertos cuestiones elementales hasta ganar poco a poco su respeto por métodos originales. Aquí podemos seguir, por ejemplo, una explicación asequible del problema de las inmersiones riemannianas por su procedimiento de tratar las ecuaciones en derivadas parciales; o el calificado de hermoso teorema de las variedades algebraicas reales, o la técnica de la "explosión". Y es que su curiosidad abarcó campos tan variados como la teoría de juegos, el análisis, álgebra, teoría de números, geometría, topología o física mate- mática: allá donde hubiera siempre algo interesante que resolver. Me recuerda un poco el argumento de una novela sobre la conjetura de Goldbach, sólo que allí el matemático no alcanzaba la calificación de genio que es preciso atribuir a Nash. Ahí lo tenemos, alto y fuerte, atractivo, arrogante y ambicioso, pero también reservado, impasible, distante, raro y aislado, según unos testimonios, suavizados por otros que le encuentran divertido y hasta encantador. También se dice que es mal profesor y que puede resultar conflictivo.

Va a cumplir los 30 años cuando empieza a asomar su enfermedad mental, quizá, piensa él, por sus esfuerzos en emprender una revisión de la teoría cuántica. Lo cierto es que durante casi 30 años estuvo sumergido en un estado de esquizofrenia paranoica verdaderamente espantoso: creía recibir mensajes del exterior de la Tierra o de grupos que dentro de ella conspiraban, estaba dispuesto a erigirse en presidente de un gobierno mundial y así lo comunicaba a los mandatarios de distintos países... Algo muy triste y patético que lo convirtió en un fantasma ridículo ante quienes le rodeaban, obligándoles a internarlo, hasta que fue olvidado casi por completo. No por todos: es emocionante comprobar la abnegación de algunos compañeros que, pese a todo, buscan solucionar sus problemas profesionales y económicos.

Lo mismo que su mujer, Alicia, que rechaza tratamientos que puedan provocar la ruina definitiva de su mente y se divorcia para librarle de una responsabilidad pero no le abandona y vuelve a casarse con él al recuperar su razón.

Porque, asombrosamente, consigue salir de las brumas de su delirio y poco a poco, seguramente con un esfuerzo imponente de voluntad, vuelve a recomponer su pasado, a realizar investigaciones matemáticas y a convertirse, en los primeros años 90, en un "milagro viviente". Lo cual se hace mundialmente explícito al concedérsele en 1994 el Nobel de Economía, por su aplicación a esta ciencia de sus trabajos sobre teoría de juegos no cooperativos que desarrolló en sus años de Princeton; así vuelve a empezar en el mismo punto en que se detuvo, anulando el tiempo de su postración.

La periodista Sylvia Nasar ha confeccionado una excelente biografía no sólo con el auxilio de una exhaustiva documentación sino con un sinfín de entrevistas a personas que han tenido alguna relación con Nash. Entre ellas encontrará un matemático, como puedo ser yo, una buena colección de autores a los que ha leído o cuyos teoremas ha explicado o con quienes ha tenido incluso algunos esporádicos encuentros. Y nos encandila, casi con envidia, ver los nombres de los que, como Hürmander, Artin, Milnor o Niremberg ayudaron a la autora "a transcribir con claridad y precisión la originalidad de las contribuciones de Nash a las matemáticas puras".

Pero también producen tristeza sus palabras pronunciadas en 1996 en Madrid: "Recuperar la racionalidad después de haber sido irracional y reemprender una vida normal es algo magnífico, pero no seré un buen ejemplo de persona recuperada a menos que pueda realizar algún buen trabajo". Y añadió en un susurro melancólico: "Aunque ya sea bastante mayor".