Ensayo

Impostores

Sarah Burton

1 mayo, 2002 02:00

Trad. F. Borrajo y A. Poljak. Alba. Barcelona, 2002. 303 páginas, 18’75 euros

El 18 de marzo de 1932 Búfalo Niño Lanza Larga decidió quitarse la vida. La noticia sacudió a la sociedad norteamericana, que veía en él no sólo un soberbio ejemplar de las virtudes de los pieles rojas sino además una figura que encarnaba lo mejor de la sociedad americana. La historia resultaba impresionante aunque adolecía de un defecto: era falsa. Su caso no sólo no fue único sino paradigmático de la capacidad que algunos tienen para crear mentiras y conseguir que otros las crean. Desde luego, esa aceptación resulta ocasionalmente imposible de digerir. Tal fue el caso - encarnado en el cine por Gerard Depardieu- de Martin Guerre, suplantado por un antiguo compañero sin que ni su esposa ni su familia pusiera reparos. Es verdad que en ocasiones era la sociedad la que obligaba al impostor a mentir pero, en general, los contemporáneos deseaban ser engañados. Así, Anna Anderson tuvo una acogida notable al anunciar que era la Gran Duquesa Anastasia, asesinada por los bolcheviques junto al resto de la familia real rusa. Sin embargo, no faltaron los que, desde el principio, la vieron como lo que era, una impostora. Más suerte tuvo la princesa Susana Carolina Matilda, en realidad Sarah Wilson, una antigua reclausa que a finales del XVIII engañó a gran parte de la sociedad colonial inglesa del Nuevo Mundo.

Al final, como parece desprenderse de este ameno libro repleto de historias que superan la imaginación más desbordante, la impostura funciona porque combina el aplomo del impostor con la necesidad de la gente por admirar fábulas. Dado que el libro se ocupa en su mayoría de impostores que realizaron sus hazañas en el mundo anglosajón es posible que algún lector sonría pensando en la ingenuidad de los engañados. No debería. En España un director de la Guardia Civil falsificó su curriculum y no escasean los que pontifican sobre política internacional con un desconocimiento pasmoso de simple geografía. Quien esté libre del pecado de credulidad que tire la primera piedra.