Image: Diario de fin de siglo

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Ensayo

Diario de fin de siglo

Jean-François Revel

29 mayo, 2002 02:00

Jean-François Revel. Foto: Carlos Miralles

Trad. de T. Clavel y R. Martínez. Ediciones B, 2002. 428 páginas, 18’50 euros

Desde hace tiempo la personalidad y la obra de Revel resulta familiar a los españoles interesados en la cosa pública. Sus libros se traducen y sus artículos se pueden leer todas las semanas en "época". Pero familiar no quiere decir admirado o comprendido, salvo entre unos pocos.

Ser liberal en España suena a individualismo, egoísmo y, en fin, a inmoralidad. En Francia poner en duda las bondades del état resulta extravagante, si no antipatriótico. Por todo ello Revel merece nuestra admiración por la solidez de su obra y por el valor de salir a la arena política portando una bandera que despierta más prejuicios que simpatías.

Sigue Revel la estela ideológica y profesional de una de las personalidades más atractivas del siglo XX: Raymond Aron. Como él, Revel es un filósofo profesional que ha ejercido como catedrático en la Universidad. Como él se ha dedicado al periodismo desde el compromiso con las ideas. Hoy es el autor de una obra de referencia para entender lo que ha sido el debate político francés y europeo en las últimas décadas y, en particular, para comprender la evolución de la filosofía política liberal. Pero también es un modelo de coherencia intelectual, al analizar la vida cotidiana desde el rigor filosófico, con la premura que la inmediatez de la noticia impone.

Su Diario de fin de siglo no sorprenderá al lector iniciado. No hay ideas nuevas ni esa parece su intención. Nos encontramos sus conocidos planteamientos sobre la "eficacia" del Estado francés; su visión de las figuras políticas relevantes de la Francia de nuestros días -como Mitterrand, Chirac o Jospin-; su crítica profunda al comunismo y a las figuras intelectuales de este ámbito, que justifican actitudes autoritarias cuando se trata de una causa "progresista"; o su horror ante la crisis de la enseñanza pública en Francia y el peso de corrientes pedagógicas que minusvaloran el esfuerzo personal y liberan al pobre alumno de ejercicio de la responsabilidad individual. ¡Qué diría si conociera la experiencia española donde esas corrientes camparon por sus respetos durante años poniendo patas arriba nuestro sistema educativo!

Lo interesante de este libro es que permite acercarse a Revel desde una perspectiva distinta, mucho más personal y cotidiana. Como en las maravillosas películas de Rohmer, en el Diario no hay principio ni final, el argumento es una suma de comentarios en los que se entremezclan comentarios sobre el régimen político peruano en la época de Fujimori con encendidas valoraciones sobre el cassoulet.

A muchos sorprenderá que un francés se haya interesado tanto por nuestra experiencia histórica, y que la haya integrado en su discurso con la naturalidad del que la ha vivido personalmente. El terrorismo vasco, con todas sus implicaciones; la obra política del nacionalismo catalán, con especial atención a Pujol; y el proceso de Transición hacia la democracia y la modernización del país surgen entre sus páginas en juicios fundados y, en mi opinión, acertados.

Lo cotidiano propende a lo prosaico. Encontramos al Revel preocupado por la reseña de un colega, por la actitud de un medio de comunicación hacia él o por su relación con tal o cual figura de las letras o de la política francesa. Datos interesantes para el estudioso de la historia de las ideas o para el morboso que se entusiasma con los chismes de este mundillo, que por estar compuesto por gentes de superior formación no es mejor que otros, en todo caso sus venablos serán más hirientes y sus rencores más duraderos.