Image: La virtud de la mirada

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Ensayo

La virtud de la mirada

Aurelio Arteta

12 junio, 2002 02:00

Jiri Kolár, "Paisaje Sonriente" (1967)

Pre-Textos. Valencia, 2002. 336 páginas, 24 euros

He aquí un libro que da que pensar y que incita al debate. Su tema es el actual deterioro de la admiración moral. Desde la constatación de que cada vez quedan menos personas capaces de admirar y la envidia se apresura a ocupar el puesto vacante, Arteta procede a una roturación exhaustiva, nítida y penetrante, tanto de esa evidente resistencia actual a la admiración como de la figura de admirador y de la propia admiración.

Para explicar esa decadencia de la capacidad de admirar moralmente Arteta arranca de otra constatación: la de que nuestra época eleva lo normal -y, por ende, "lo común, regular, habitual y ordinario, lo más o menos constante y por ello previsible", pero también lo intercambiable, uniforme y aceptado en la comunidad de los "iguales"- a normativo; a criterio de lo correcto y adecuado, de lo conveniente para el buen funcionamiento individual y colectivo. El resultado no es otro que "la subversión del auténtico talante moral", que Arteta identifica, muy clásicamente, con la búsqueda de la propia excelencia. Es posible que la tarea moral sea, como afirma Arteta citando a Savater, la tarea del héroe. Ese héroe "que cada cual puede llegar a ser con tal de entender que su vida sólo puede ser humanamente vivida como la aventura de la libertad", una libertad a la que renuncian "quienes acomodan su pensamiento y acción a lo que se piensa o se hace". Quienes optan por ser normales, si es que los normales optan realmente en ejercicio de su libertad por esa condición. El problema radica en que este hermoso titanismo moral, de tan sublimes resonancias, que propugna el cultivo del egoísmo como búsqueda de un bien superior al normal, tiene sus límites. Que vienen marcados no sólo por el indiferentismo moral dominante, sino por las instancias de producción social de la normalidad que Arteta cataloga muy precisamente y que recubren el espacio de lo hoy posible. Eso sin contar con que el ejercicio heroico de esa libertad, tan genérica e indeterminada, puede dar de sí "héroes morales" de muy distinto signo, algunos tan inquietantes como admirados en su día. Por fuerte que sea su motivación.

Habrá, pues, que pensar lo impensable. Porque lo que aquí y ahora está realmente en juego a propósito de esta cuestión no es sólo, ni primariamente, la figura del admirador, en la que Arteta centra su análisis, sino la abrasadora cuestión de lo que hoy podría ser lo admirable por su condición moral humano-excelente. ¿Qué criterio de excelencia y de jerarquía opera aquí? ¿En qué podría consistir hoy un "individuo superior"? No parece fácil negar la conveniencia de recuperar el sentido de la admiración -moral y no sólo moral- en esta época posmoral y narcisista, que "produce en serie la vulgaridad", que privilegia el espectáculo, que dificulta a sus hijos formarse un "ideal".... Pero aceptado todo eso, la pregunta por la excelencia moral se impone con fuerza devastadora, que es de la devastación del panorama que Arteta (nos) traza. Y es que los fenómenos de este calado no suelen deberse a meros desfallecimientos de la voluntad.

El tiempo de los héroes pasó. Los "espíritus superiores", cualquier cosa que esto pueda ser hoy, parecen entregados a los diferentes cálculos estratégicos que cruzan nuestro mundo. Los ejemplos de santidad viva no abundan. Los sabios cultivan hoy un especialismo rígido que está en las antípodas de la verdadera sabiduría. Los líderes carismáticos, tan admirados en otro tiempo, han dejado paso a políticos que adaptan rostro, gesto y lenguaje a las exigencias de los medios de comunicación, que a su vez proponen sin tregua "modelos" sobre cuya capacidad de suscitar admiración moral más vale callar. Parece, pues, evidente que La virtud de la mirada reclama un tratado complementario de la excelencia moral. Y, sobre todo, de sus condiciones de posibilidad y de realización. Porque el reposo frente al espejo en el que esa mirada se mira sabiamente a sí misma no puede ser otra cosa que un prólogo. En este caso, excelente, desde luego.