Ensayo

Conversaciones con Woody Allen

Jean-Michel Frodon

10 julio, 2002 02:00

Traducción de Miguel Salazar. Paidós, 2002. 134 páginas, 9’50 euros

Cada vez que asistimos a un nuevo estreno de Woody Allen es fácil que salgamos con la impresión de haber visto un nuevo episodio de las aventuras de ese personaje suyo judío, feo y sentimental; y de que la película nos satisface por lo que tiene de reencuentro con una obra fílmica cuyas constantes conocemos bien. Más difícil es sumar esa última película vista a la cuenta de una filmografía matizada y compleja, sometida a evolución continua y nacida de una curiosa mezcla de añoranza del cine clásico, admiración por la vanguardia y otros ingredientes que no tenemos más remedio que asignar a la peculiar idiosincrasia de este humorista de Brooklyn, descreídamente empapado de sofisticación intelectual y un sí es no es distanciado de las constantes del cine con el que su país inunda las pantallas.

El propósito de estas Conversaciones, que Frodon reconstruye a partir de las entrevistas que el autor le concedió con motivo de sus estrenos de la última década, es arrojar luz sobre las líneas maestras de este singular proyecto artístico. Sostiene Frodon que la de los 90 ha sido la década más fructífera en la trayectoria de este autor, y que, desde el estreno de Delitos y faltas en 1989 al de Acordes y desacuerdos, en 1999, Allen ha sometido su cine a un insólito proceso de depuración.

Allen desgrana ante su entrevistador diversos aspectos de su trabajo, desde la cuidadosa planificación económica a su manera de enfocar la narración cinematográfica, el trabajo de los actores o los temas más característicos de sus películas. Echa uno de menos, en esta conversación sesuda y exhaustiva, ese humor con el que hemos visto y oído a Allen despachar, en sus películas, cuestiones mucho más arduas que éstas. Pero, como dice el autor, el Woody Allen de la vida real apenas tiene en común con el de las películas su físico y su manera de vestir. También llega uno a sospechar que la tesis de Frodon sobre el cine realizado por Allen en los 90 está excesivamente ajustada al hecho de que su trato con el autor se limita a esta década, y que la personalísima dirección tomada por la obra del neo-yorquino en los últimos años es bien visible desde películas muy anteriores, como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979). Lo que significa que el libro, pese a su planteamiento ensayístico, no deja de ser puro periodismo ceñido a las ocasiones que lo motivan. Eso sí: periodismo de alguien que sabe hablar de cine con pasión y conocimiento de causa y estar a la altura de su interlocutor. Que no es poco.