Image: La construcción de la nación española

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Ensayo

La construcción de la nación española

Mario Onaindía

24 julio, 2002 02:00

Mario Onaindía. Foto: Mercedes Rodríguez

Ediciones B. Barcelona, 2002. 362 páginas, 17’50 euros

En la historia de las ideas políticas el republicanismo cívico es una larga tradición que discurre, aproximadamente, entre el siglo V a. C. y el XIX d. C., aunque determinadas perspectivas pueden alargar su vigencia hasta los tiempos presentes.

Con frecuencia la primacía que se concede a algunos de sus rasgos suele acentuar la heterogeneidad del paradigma. En líneas generales, sostiene la preeminencia del cuerpo político como origen del poder, la sujeción del gobernante a la norma y la definición de tiranía como gobierno sin ley, lo preferible de un sistema institucional mixto, que combinando elementos de las distintas formas de gobierno establezca un régimen de controles recíprocos entre distintas instancias de poder para garantizar la libertad del conjunto, así como lo preferible del interés colectivo frente al particular, debiendo éste sacrificarse al primero en aras de un patriotismo expresión del bien común. Se puede hallar en la Atenas democrática, el humanismo florentino o el jacobinismo francés, que mostraría los gérmenes de control político totalitario que esta tradición de pensamiento puede alentar imponiendo interpretaciones sectarias del interés general a las opciones de elección libre por los individuos.

Onaindía, con un título que brinda mucho más de lo que depara, La construcción de la nación española. Republicanismo y nacionalismo en la Ilustración, pretende identificar y analizar una doble tradición de revolución liberal. Por una parte se registraría un patriotismo centrado en un específico sentido de garantía de la libertad, de asegurar la libertad común, y responde a los viejos principios del republicanismo. Por otra, un patriotismo nacionalista que se centre en la unidad espiritual y cultural del pueblo, ante la que poco cuentan las instituciones, merecedoras, si acaso, de una lealtad secundaria o contingente. Con el primero se habrían identificado en la España ilustrada personajes como Montiano, Luzán, Jovellanos o Cañuelo; con el segundo García de la Huerta, Forner y Cadalso. Onaindía sigue la expresión de estos dos idearios principalmente por medio de la trama, los conceptos y el léxico de la producción dramática neoclásica, poniendo de manifiesto un conocimiento solvente de este género. Aduce que el fondo esencial de ese republicanismo de equilibrios para la libertad se halla en Montesquieu, y que el principal impulso a la difusión de tal pensamiento respondió a una especie de policía cultural auspiciada por el Conde de Aranda.

Estas dos últimas cuestiones son muy plausibles, aunque quedaría por saber de qué modo se articuló, si se hizo algo sistemático esa pedagogía política arandista por la dramática, y haría falta también una reconstrucción más elaborada del infujo de Montesquieu en España probablemente no tan universal como se da a entender. Por ejemplo, se le escapa a Onaindía que la Virginia de Montiano que analiza con perspicacia, se inspira en el pasaje de El espíritu de las leyes que expone el caso de Lucio Virginio. Las reservas de fondo que su tesis suscita derivan de su esquematismo. No es tan fácil alinear a un lado u otro de un republicanismo cívico a unos y otros autores en función del tipo de nacionalismo que se les haga profesar. Su pensamiento suele ser en muchos aspectos ecléctico, y en todo caso la idea de nacionalismo político -cívico o cultural- resulta para el XVIII, en más de un sentido anacrónico. Cierto afán de exhaustividad le lleva a dar entrada a casi todas las cuestiones y figuras intelectuales relevantes del XVIII español, lo que no sólo hace confusa la argumentación de fondo sino insuficiente su exposición, dando ocasión a algún error. No sólo por eso se antoja éste un libro fallido en el que los aciertos no acaban de equilibrar las carencias.