Image: Seis números nada más

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Ensayo

Seis números nada más

Martin Rees

24 julio, 2002 02:00

Martin Rees

Trad. de F. Velasco. Debate. Madrid, 2002. 239 páginas, 18 euros

El principio "antrópico" nos dice -cito a Laín- que "el universo está físicamente constituido para que en su evolución haya aparecido la realidad del hombre". Ello significa que está regido por unas leyes, estampadas ya en el momento de la gran explosión inicial, que se concretan en un conjunto unificado de ecuaciones y en unos pocos números.

Seis de ellos representan las medidas de determinadas magnitudes y su valor hace que el universo sea como es. Una pequeña variación de cualquiera de esos valores habría producido un universo diferente en el que no tendríamos cabida. A describir esos números y sus funciones dedica este libro un eminente cosmólogo y lo aborda con un lenguaje llano y sin excesivos tecnicismos para hacérnoslo a todos inteligible y grato.

El primero de los números, N, expresa la razón entre la fuerza que mantiene unidos a los átomos y la fuerza de la gravedad que hay entre ellos. Tan débil es la gravedad que el número N es del orden de un uno seguido de treinta y seis ceros. De haber sido menor, nos aplastaría la gravedad, las galaxias se habrían formado más rápidamente y serían de tamaño diminuto y no habría habido tiempo para la evolución biológica. Otro número, "epsilon", mide la fuerza que une las partículoas del núcleo atómico. Tiene un valor de 0,07; si fuera menor, no se habría llegado a formar helio a partir del hidrógeno, se enfriarían las estrellas y no habría elementos que dieran origen a las plantas; pero si fuera mayor, el hidrógeno no habría sobrevivido al Big Bang y no tendríamos agua ni una biosfera basada en el carbono.

La cantidad de materia de nuestro universo respecto de la densidad crítica nos da un número, "omega", cuyo valor actual es 0,3. Si en el momento inicial hubiera sido demasiado bajo, las estrellas y galaxias no se habrían formado nunca, y si por le contrario hubiera sido demasiado elevado, y la expansión por tanto demasiado lenta, el universo se habría contraido rápidamente. Un cuarto número, "lambda", controla la expansión del universo. Es un número muy pequeño, cercano al cero, lo que ha permitido la evolución cósmica, pero será cada vez más dominante sobre la gravedad a medida que el universo, explandiéndose, sea más oscuro y vacío.

La estructura de las galaxias se mantiene gracias a la gravedad; la cantidad de energía necesaria para romperlas y dispersarlas está en relación con la de su masa en reposo en la proporción de uno a cien mil. Ese es el número Q. Si fuera menor, las galaxias tendrían estructuras muy débiles y el universo sería inerte; y, si fuera mayor, sería un lugar turbulento y violento, con zonas colapsadas en enormes agujeros negros. El último número es sencillamente el 3, el de la dimensión de nuestro espaico. Así, la gravedad obedece a la ley del inverso del cuadrado de las distancias y gracias a ello las órbitas de nuestro sistema solar son estables y no se desvían por una leve variación de la velocidad de un planeta. Una dimensión menor le haría o bien caer en el Sol si disminuía mínimamente su velocidad o se alejaría rápidamente en espiral si aumentaba. Y un espacio de dimensión menor que 3 es claro que haría imposible la incorporación a él de nosotros mismos y de las demás estructuras complejas de nuestro mundo cotidiano.

"Hay -resume el autor- unas pocas leyes físicas fundamentales que establecen las reglas. Nuestro origen a partir de una simple explosión depende con gran precisión de los valores de seis números cósmicos. Si estos número sno hubieran estado bien ajustados, el despliegue gradual de nuestras capas de complejidad se habría abortado". Gracias, pues, a ellos, a lo que representan, podemos nosotros no sólo estar hoy aquí sino asomarnos, pienso que con asombro, al profundo misterio de la existencia de un universo como el nuestro.