Image: El río Congo

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Ensayo

El río Congo

Eter Forbath

24 julio, 2002 02:00

En el lago Bangweolo

Trad. Esther Muñiz. Turner. Madrid, 2002. 486 páginas, 27 euros

En recientes fechas han aparecido en el mercado varios libros que han fijado su atención en la historia del Congo. El hecho de que se hayan cumplido este año los cien de la aparición de El Corazón de las Tinieblas, de Conrad, ha abonado esta coincidencia.

Así un libro titulado Planeta Kurtz, coordinado por Jorge Luis Marzo y Marc Roig, ha reunido artículos de estudiosos de todo el mundo para una revisión del texto que sigue siendo "un punto de referencia para repensar las relaciones entre africanos y europeos". Al leer hoy El Río Congo, la obra clásica de Peter Forbath, hay que tener cara para discutir la tesis del primer libro mencionado. El planeta llamado Kurtz es un planeta loco, ciego de horror, desorbitado de tanto romper su biorritmo con matanzas y depredación. Conrad describió en su relato inmortal lo que vio en el río Congo, pero la locura del hombre (Kurtz) que enloqueció en medio de la selva es un atributo que acaba pegándosenos en la piel a todos los europeos bien informados.

Precisamente la lectura de reconstrucciones históricas tan detalladas como la que hizo Forbath, que fue corresponsal de Time en áfrica, es lo que nos hace abjurar de la aventura y el espíritu científico. Ni por romanticismo, como pudo ser en la Edad Media, ni por mercantilismo, como fue en el XIX, debió nadie dirigir unas carabelas hacia el sur. Forbath se propuso remedar la extraordinaria obra de Moorehead sobre El Nilo: la profusa descripción de la geografía del río Congo y de su historia, consigue situarte en la orilla virtual de un paisaje fabuloso, en las vías de un viaje apasionante que no se limita al inmenso Congo, hoy Zaire, sino que pasa por Europa, Asia y otros países africanos. Un río excepcional que atraviesa dos veces el ecuador, y que trajo de cabeza a los geógrafos durante siglos. Livingstone lo confundió con el Nilo, y Mungo Park con el Niger. El Congo era un río que "nadie podía soñar con ir a buscar, porque nadie podía siquiera imaginar que existiera".

Forbath se detiene con acierto en los inicios de las exploraciones en áfrica, una parte maravillosa del libro en la que se nos recuerrda la fabulosa leyenda del Preste Juan, un rey inmortal, en posesión de la fuente de la eterna juventud, y, lo que es más importante, cristiano más allá del Islam, un aliado imprescindible para vencer en las Cruzadas. Hoy que áfrica nos es vendida en paquetes turísticos, debemos recordar que en el siglo XIV era totalmente desconocida. El litoral septentrional estaba dominado por los moros infieles, que ni siquiera tenían una idea precisa de lo que se extendía más allá del desierto. Debemos seguir recordando, hoy que nos creemos el anuncio del todoterreno que te lleva al fin del mundo, que 200 años después de los viajes de Diogo Caô y a pesar de los cambios catastróficos , el río Congo aún no se había explorado. El expansionismo de Leopoldo II de Bélgica se sirvió del sadismo de sus aventureros. En el siglo XX, tras la independencia y las políticas de Mobutu, el panorama del Zaire de Kabila descrito por J. L. Cortés López en la "adenda" no puede ser más desolador.