Image: La mano

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Ensayo

La mano

Frank R. Wilson

10 octubre, 2002 02:00

Frank R. Wilson. Foto: Tusquets

Trad. Jaime Gavaldá. Tusquets, 2002. 385 páginas, 20 euros

En su novela What’s Bred in the Bone, el célebre escritor canadiense Robertson Davies observaba que "es tan seguro que la mano habla al cerebro como que el cerebro habla a la mano". Pues bien, este es el resumen literario del libro de Frank R. Wilson.

Neurólogo y profesor de la Facultad de medicina de la Universidad de California en San Francisco, Frank R. Wilson es lo que podríamos considerar un "antimentalista", alguien que desconfía de la idea de que productos tan característicamente humanos, como el lenguaje, sean una compleja creación de la mente o algo innato a nuestro género, sin más, y que no hayan estado originados por alguna circunstancia física, material, ocurrida en el camino de la evolución del mono al hombre.

Para Wilson, esta circunstancia física no es otra que el desarrollo de las habilidades motoras de nuestras manos. Explicado el fenómeno de forma simple: al tiempo que nuestras manos, por muy variadas necesidades materiales (por ejemplo, precisar algo más que fuerza prensil para trasladarnos de rama en rama) han ido evolucionando hasta los sutiles instrumentos que ahora son, hemos aprendido a tener conciencia, pensamiento abstracto, formar grupos complejos mejor que manadas, trabajar productivamente y, lo que ahora nos ocupa, hablar.

El movimiento autogenerado es la base del pensamiento y de la acción voluntaria, un mecanismo oculto gracias al cual existen las coordenadas físicas y psicológicas del ser humano: las manos son la piedra angular de tal movimiento y al ejercitarlas y refinar sus posibilidades para trabajar, defendernos, perfeccionar herramientas o señalar e identificar objetos, hemos puesto las bases para la aparición del pensamiento abstracto, la conciencia y el lenguaje. Wilson va incluso más lejos, considera que cualquier teoría de la inteligencia humana que ignore la interdependencia de la mano y las funciones cerebrales, sus orígenes históricos o la influencia de este proceso evolutivo en la dinámica del desarrollo del ser humano moderno es, en esencia, errónea y estéril.

La tesis de Wilson no pretende ser novedosa, él mismo se hace heredero de una viejísima corriente de pensamiento que se remonta a Anaxágoras (500 a.C.), quien ya observó que la superioridad del hombre, es decir, su inteligencia, implícitamente su capacidad de hablar, se debía a sus habilidades manuales. La idea recorrió los siglos y en 1840 la retomaba Charles Bell en su obra The Hand. Bell dio a su libro un sentido religioso: Dios había dado la mano al hombre, antes que a otros seres vivos, para premiarlo como rey de la Creación, un rey que habla. Descontado este argumento que ya casi no se usa en la ciencia, la obra de Bell es magnífica en todos los sentidos y, dentro de los límites que a sí misma se impone, comparable a la de su coetáneo Darwin.

Lo que subraya Wilson en La mano, como han hecho otros autores recientemente al estilo de Merlín Donald, Henry Plotkin y, sobre todo, Terrence Deacon en The Symbolic Species: The Co-evolution of Language and the Brain, es la importancia del criterio evolutivo y materialista a la hora de considerar el origen de la conciencia y las estructuras lingöísticas típicas de las personas, que radicarían en los trabajos manuales de nuestros ancestros.