Ensayo

Peplum. El mundo antiguo en el cine

Jon Solomon

10 octubre, 2002 02:00

Alianza. 368 páginas, 35 euros

Este libro, escrito con una efectiva mezcla de conocimiento y entusiasmo, logra convencer a los menos partidarios del cine antiguo (el de ambientación bíblica, grecorromana o similar) de que el género resulta insoslayable, por pertenecer a él un buen puñado de obras maestras.

Solomon aborda éstas grandes obras y otras menores (e incluso algunas deleznables), con competencia y sensibilidad, sabe sacar a relucir su erudición clásica y artística sin abrumar al lector, y es capaz de juzgar las películas con criterio, sin dejar que algún detalle ajeno a las fuentes clásicas le estropee el disfrute de un buen espectáculo cinematográfico. Logra convencernos de que tras las mejores películas de género antiguo suele haber un trabajo riguroso de documentación; de que éstas con frecuencia beben directamente de la tradición clásica o de sus interpretaciones posteriores (la pintura renacentista y barroca, por ejemplo); y de que un cierto conocimiento de estas fuentes por parte de los espectadores no puede sino redundar en un mayor disfrute de las películas.

Se trata de un humanista que sabe reconocer lo que de humanistas tienen Griffith, Mankiewicz, Pastrone o Pasolini, y que es capaz de emparentar la fantasía desbocada de Apolonio de Rodas, el autor de Las Argonaúticas, con la del mago de los efectos especiales Ray Harryhausen. A ambos reconoce Solomon la misma libertad para recrear los datos recibidos de la tradición. Con lo que Solomon apunta una idea que aún a estas alturas a algunos les cuesta aceptar: que el cine es el penúltimo capítulo de una cultura artística milenaria que ha sido capaz de ponerla al día y devolverla a un público mayoritario.

Nada que oponer, salvo que Solomon no concede demasiada importancia a la figura del director, y suele repartir los méritos de una película entre un equipo más o menos numeroso de técnicos y creadores. Con frecuencia omite el nombre del director, o lo menciona sólo de pasada. Tampoco suele relacionar las características de una determinada película con las constantes de la filmografía de su director, lo que empobrece su perspectiva. La última tentación de Cristo se ve con otros ojos si recordamos que Scorsese ya incluyó la crucifixión de un agitador en su primeriza Boxcar Bertha. Y al abordar Tierra de faraones, de Hawks, habría que haber destacado el tema hawksiano de la amistad entre hombres, que presta una inusitada calidez a la relación entre el faraón y el sumo sacerdote que cumple ciegamente sus designios. Con todo, este libro cumple admirablemente el suyo: refrescar nuestras ganas de volver a ver ciertas películas.