Image: El sendero de la mano izquierda

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Ensayo

El sendero de la mano izquierda

Fernando Sánchez Dragó

10 octubre, 2002 02:00

Fernando Sánchez Dragó. Foto: Mercedes Rodríguez

Premio Espiritualidad MR. Martínez Roca. 288 págs., 15’25 euros

En los mejores colleges de la Universidad de Oxford es posible encontrar a un tipo humano que apenas existe en otras latitudes. Me refiero al excéntrico, un profesor o un intelectual refugiado en la vida académica que, situado en los bordes del sistema, entra y sale del mismo.

En Oxford se cuida a los excéntricos porque en realidad con su originalidad, o ganas de hacer lo que a uno le da la gana, acaban reforzando las reglas establecidas y dando una impagable sensación de libertad al propio sistema. Aquí, sin la riqueza y la flexibilidad que proporciona haber dispuesto durante doscientos años del formidable Imperio Británico, al excéntrico se le da poco margen, se le pone la zancadilla y se le manda a hacer puñetas cuanto antes. Quizá por eso, porque algún excéntrico teníamos que tener -y por algo más, por bastante más-, Fernando Sánchez Dragó, ha recibido tantos premios a lo largo de su vida. El último, el IV premio Espiritualidad Martínez Roca, se lo ha llevado este libro que nos ocupa. Han sido 18.000 euros para un volumen cuya espiritualidad es poco convencional, a menos que por espiritualidad se entienda reflexividad, algo bien distinto.

Con la excusa de haber nacido en 1936 en Madrid -dicen sus biografías de internet, aunque él escriba en la tercera línea que nació "al oeste del Bósforo"- Sánchez Dragó se ha lanzado a pergeñar una curiosa mezcla de historia de vida y de conseja para transitar por este mundo con el mayor provecho. Comienza El sendero de la mano izquierda con una introducción cuyo subtítulo es "Para el hombre nietzscheano". Aquí se dice al lector dónde está el corazón del libro: "Obra bien y todo te será dado". Una recomendación clásica que se complementa con otra a favor de paladear los distintos y diversos sabores de la existencia.

En esta introducción Sánchez Dragó deja entrever algunos de los rasgos que han ido orientando su vida. Así, narra la enorme influencia que tuvo su madre en su vocación literaria. Con todo, reservón, deja al lector con la miel en los labios a la espera de una futura autobiografía.

El siguiente escalón lo constituye la meseta de las ciento ochenta y una reglas a seguir que componen este código de conducta. La primera es "nada importa nada". La última, "no te fíes de mí". Y, por fin, la conseja de Sánchez Dragó: "Estos ciento ochenta y un mandamientos se encierran en uno: llega a ser el que eres". Por último, un epílogo en el que el autor ofrece la fórmula con la que conseguir aspecto tan juvenil como el suyo. Advierto ya que no es cosa fácil. Sánchez Dragó se desayuna más de veinte cosas distintas entre pastillas, productos orientales y yogur. Se añaden unas páginas con un calendario de máximas diarias y varios decálogos como el de Kipling.

Volumen lleno de ingenio, sensatez y de arbitrariedades. Hace pensar y sonreir al lector. Es una buena compañía.