Image: Correspondencia, 1948-1986

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Ensayo

Correspondencia, 1948-1986

Miguel Delibes/Josep Vergès

7 noviembre, 2002 01:00

Miguel Delibes, por Grau Santos

Destino. 448 páginas, 22 euros

Justamente cuando se apagan los ecos que la muerte del editor de Suhrkamp Siegfried Unseld ha suscitado en la república de las letras, se publica entre nosotros este libro donde se recogen medio millar de cartas cruzadas entre Miguel Delibes y Josep Vergès, el director de Ediciones Destino donde el novelista publicó la práctica totalidad de su obra luego de haber obtenido el premio Nadal de 1947 con La sombra del ciprés es alargada.

De febrero de 1948 data la primera carta que desde Valladolid el novelista envia al editor barcelonés. Cien páginas más adelante -o, si se prefiere, seis años después- aparece el tuteo entre ambos. Su correspondencia es constante y regular hasta 1981. Tras cinco años de interregno, las cartas de 1986 hablan ya del proyecto de este epistolario que ahora se publica, y la colección termina con dos piezas de 1996 y otras tantas de 1997, la última de ellas fechada la víspera de la muerte del editor.

"A ver si la Historia de la Literatura del año 2500 -¿verá el mundo este año?- deja unidos nuestros nombres". Ese deseo que Delibes le expresa a Vergés en febrero de 1959 no parece descabellado después de leer las nutridas páginas de este epistolario. Más aún: en él encontramos todo un prontuario práctico para confirmar teorías empiricistas de la literatura como las que consideran a la creación como la primera fase de un verdadero sistema literario en el que no pueden ser obviadas la mediación de (entre otros agentes) la censura y la industria editorial, la recepción del público y la recreación de críticos, adaptadores, cineastas, profesores, periodistas, etc.

Vergès se comporta siempre como un fabricante de libros que comercia con ellos, y que defiende con firmeza su posición cuando la competencia intenta arrebatarle a Delibes con añagazas como las ediciones de bolsillo. Es muy significativo lo que le escribe a un diplomático español que le había pedido un lote para la Universidad cairota: "regalar libros es muy agradable [...], pero a un editor también le gusta que a veces le compren libros" (pág. 376). No obstante, hablando de un colega no bienquisto, Vergès lo llama "caballero de industria", con un distanciamiento que se curaba en salud, y por adelantado, del predominio posmoderno de la dimensión puramente económica sobre la creativa en cuanto al oficio editorial, proceso del que también dio buena cuenta Schiffrin en La edición sin editores.

A través de este epistolario, lleno de datos y referencias que el índice onomástico ayudará a localizar, seguimos el curso sociológico de la novelística española de la posguerra y de una sólida amistad entre dos españoles a los que les toca vivir "la peor y más estúpida de las épocas". La expresión es de Vergès, que de vez en cuando resume el estado de ánimo que comparte con Delibes en frases lapidarias como la de una carta de 1969: "nadie nos quitará ya la enorme tristeza de vivir en un país que no sabe manejar ni un mínimo de libertad". Cuando la depresión se cebaba en uno de ellos, el otro reaccionaba con argumentaciones esperanzadas. No faltan, claro es, y ello hace esta correspondencia doblemente creíble, las disputas económicas entre el editor y el novelista, que incluso en un momento determinado, a la altura de 1979, se muestra defraudado porque con su fidelidad "no se va lejos". Pero siempre se resuelven en armonía, incluso con menor desgaste que el perpetuo pleito sobre las erratas.

Esta correspondencia aporta también un ejemplo insuperable de la relación más genuina entre novelista y editor, según la cual éste actúa como una especie de lector ideal -"lector modelo", diría Eco- de los textos inéditos que el escritor le envía. Vergès lee y comenta cada libro de Delibes, y reacciona como lo haría el público medio cuyos gustos conoce bien. Sugiere así determinados cambios, desde el propio título hasta la tipografía en el caso de Cinco horas con Mario, en el que Delibes acaba renunciando a su idea inicial de jugar con ciertos recursos que a su editor le parecen confundidores. El resultado final de este diálogo previo a la publicación de la obra es que el escritor le reconozca al editor, con la generosidad humana que caracteriza a Delibes, un cierto papel creativo, como cuando, en su última carta que Vergès no llegó a leer, invoca con emoción "tantos libros como hicimos juntos y tantos años de amistad, prácticamente una vida".