Image: El Absolutismo y las luces en el reinado de Carlos III

Image: El Absolutismo y las luces en el reinado de Carlos III

Ensayo

El Absolutismo y las luces en el reinado de Carlos III

Francisco Sánchez-Blanco

23 enero, 2003 01:00

Retrato de Carlos III, por Mengs (1765)

Marcial Pons. Madrid, 2002. 455 páginas, 23 euros

En sucesivos libros Francisco Sánchez-Blanco viene sometiendo a examen draconiano algunas de las principales interpretaciones sobre la Ilustración en España y ha suscitado con ello estimulantes polémicas.

Ha negado, por ejemplo, y no sin argumentos respetables, que se pueda hablar de una "Ilustración cristiana" en España y aunque en este mismo libro admitirá que no faltaron ilustrados cristianos, pretender que hubiera una corriente definida con tal carácter le parece tan infundado como ilusorias las teorías que propugnan la existencia de un paradójico foralismo ilustrado y antiabsolutista.
Esta entrega supone ahondar más en su zapa iconoclasta para tocar uno de los puntos neurálgicos de la civilización ilustrada, el referido al poder político y su pretendida acción reformadora bajo la forma de despotismo ilustrado. Posiblemente una de las bases más sólidas de la posición de Sánchez-Blanco se cifre en su rechazo de la difusión de un concepto laxo de Ilustración, un desdibujamiento de los perfiles conceptuales que permite aplicar el adjetivo a cualquier personalidad o actitud intelectual no rematadamente tradicionalista, de modo que viene a ser equivalente a un genérico "dieciochesco". Su empeño en plasmar un entendimiento más exigente de Ilustración española, resulta reforzado con lo que en este libro expone.

La sistematización no será quizá la principal de sus virtudes, pero los argumentos del autor son tan vigorosos como difusos. Carlos III, su época y sus colaboradores, en contra de lo que se suele sostener, no representaron la culminación de una Ilustración española cuya realidad está incluso por confirmar, sino un "regalismo despótico" cuya acción de gobierno no respondió a ningún programa reformador limitándose a buscar la forma de consolidar el poder absoluto por la defensa de las regalías de la corona. Las principales iniciativas en materia de renovación económica las interpreta como medias aisladas sin continuidad, la política eclesiástica -incluida la expulsión de los jesuitas- fruto de la afirmación frente a la curia papal pero nunca un programa que quisiera debilitar a la Iglesia; las iniciativas culturales que llevaron, por ejemplo, a inventariar el patrimonio documental de la nación, imperativos de la búsqueda de títulos de autoridad reforzados; la pretensa cooperación entre gobierno e ilustrados fue en realidad un alejamiento cada vez más acusado entre la nueva cultura y la monarquía; a diferencia de su hermanastro, Carlos III no apoyó al partido innovador, sino que buscó el compromiso con el mundo cultural y social trasnochado que representaban las universidades; la protección a los hombres de Letras parece alternar con la abierta persecución, hasta el punto de caracterizar el régimen carolino de "policial". Tampoco sus hombres señeros responden a la imagen convencional. Campomanes no sería un gestor de firmes convicciones filosóficas, sino un leguleyo oportunista; Aranda, más que por proyectos de libertad estaría animado de la intención de "poner a la gente a marcar bien el paso". El reinado del nada ilustrado Carlos III no produjo modernización y racionalización, sino inmobilismo, lo que él deseaba.

Con este diagnóstico Sánchez-Blanco impugna la interpretación del monarca impulsor de las reformas y la cultura que hizo posible lo que en la primera mitad del siglo eran sólo gérmenes, y cuya obra truncarían las repercusiones de la Revolución francesa. Al contrario, la primera Ilustración, la de los novatores, sería en el fondo más coherente y estructurada que la de los filósofos del carlotercismo, y el cierre cultural de Floridablanca ante la amenaza revolucionaria algo que estaba prevenido años antes. El espejismo de un Carlos III ilustrado, el "mito magnificador" de la figura del monarca, posiblemente tenga más complejas razones que las que el autor cree adivinar en el acto exaltador de su bicentenario, aunque ello no haya acabado de contribuir a apreciar con mayor exactitud sus limitaciones y los logros del reinado. En este libro se peca de lo contrario, pero es una inteligente y razonada invitación al revisionismo. No cabe dejar de leerlo y discutirlo.