Ensayo

Estampas bostonianas

Rosa Montero

23 enero, 2003 01:00

Península. Barcelona, 2002. 155 págs, 15 euros

Rosa Montero reúne en este libro varias crónicas de viajes publicadas en "El País" entre 1979 y 1998. En un acertado prólogo nos reconoce que entre nosotros y el fin del mundo no hay unidad de medida que valga. "Sentirse en un rincón remoto del planeta" puede ser un placer o un horror: a veces un trayecto de autobús comunica nuestras casas con ese "fin del mundo" que es la miseria de las grandes ciudades.

Montero ha sabido ser original al conceder protagonismo a un lugar tan feliz y armonioso como Boston, donde trabajó medio año dando clases de español. Vuelve a ser original al no sumarse a la legión de antinorteamericanos que ha criado Europa, donde hay negros con alma blanca, como las galletas "oreo", y donde el orgasmo es más generoso que en España ("estoy viniendo", dicen, frente a nuestro "me voy"). Pero hay otros destinos en estas páginas. El Irak de 1979, con un Sadam Hussein vicepresidente, "cerebro gris de la revolución". Australia, la tierra de los excesos. Le impactaron a Montero los inuit o esquimales de la isla de Baffin, 2.000 kilómetros al norte de Montreal, un pueblo que con escasos recursos ha sobrevivido en las peores condiciones y ha desarrollado técnicas sorprendentes. Tal vez el mejor capítulo es el dedicado a la historia de Mama, la joven miembro del Frente Polisario a través de cuya vida nos resume la reciente historia de la hammada saharaui. En Shangai, entiendo que Rosa Montero padeciera uno de los mayores reveses de cualquier carrera viajera, escuchar en un taxi a Julio Iglesias cantando en chino, algo más duro de digerir que un viaje en avión, de Anchorage a Seattle, abarrotado de cazadores norteamericanos y sus trofeos, despojos ensangrentados, "cabezas de reno envueltas en mantas goteantes".