Image: La tentación del fracaso

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Ensayo

La tentación del fracaso

Julio Ramón Ribeyro

30 enero, 2003 01:00

Julio Ramón Ribeyro. Foto: Flores Olea

Prólogos de Ramón Chao y Santiago Gamboa. Seix Barral, 2002. 704 páginas, 26 euros

He aquí un libro excepcional. Debe entenderse como tal no sólo por su innegable valor literario, por su lenguaje preciso, sino por sus inquietudes, sus inteligentes y lúcidas observaciones, su valor testimonial, sus análisis y autoanálisis, sus breves relatos inscritos y su dramatismo.

También por su capacidad para transmitirnos dolor y placer, sus visiones cambiantes de París, Almería o Madrid, su ansiedad, el hambre, un sentido trágicómico de la existencia, su sensibilidad, capacidad de observación, reflexiones políticas y morales, lecturas de todo orden, observaciones sobre familiares, amigos o escritores, intuiciones apenas desarrolladas, un radical mestizaje y peruanismo, así como la capacidad para exigírselo residiendo en París, defendiendo una mentalidad que responde a la clase media criolla: la irrefrenable vocación de escritor, exigente, duro en sus autocríticas; una vida, en fin, relatada desde el dolor y la absurdidad de una existencia que alguno hubiera podido entender como una carrera de éxito.

Sin lugar a dudas Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), autor de tres novelas, varios libros de relatos, de aforismos, teatro o ensayos, alcanzó su máxima expresión en un género fronterizo: el del diario íntimo. A lo largo de estas páginas, que pese a su volumen parecen breves, el autor reflexionará sobre el género en diversas ocasiones, e, incluso, dará cuenta de las anotaciones de años enteros destruidos. Habrá revisado primeras versiones, porque es consciente del valor literario del texto. Así, anota el 3 de enero de 1960: "Relectura de mi diario, un poco a vuela de pájaro [...]. Empecé por el cuaderno más viejo, el del año 1950. Hace algún tiempo destruí los de los años 47, 48 y 49 que estaban dedicados en su mayor parte a comentar los libros que leía. [...] El cuaderno verde de Munich es flojo. Las páginas de Mortsel están mejor. Sólo entonces comencé a darme cuenta de que el diario formaba parte de mi obra" (pág. 210). El 22 de julio del 69 anota: "Relectura de mis ‘diarios íntimos’ que hoy me llegaron de Lima. Diarios discontinuos que abarcan 10 años: de 1950 a 1960, esto es, Lima, París, Madrid, Munich [...] Lo que más me ha sorprendido es la cantidad de cosas que uno olvida [...], la fugacidad de los sentimientos".

Ribeyro, maestro en alguna medida de Mario Vargas Llosa y de Alfredo Bryce Echenique no tiene duda sobre su vocación, aunque sí sobre sus resultados. Desde las primeras páginas se manifestará bohemio, depresivo, hipocondriaco. Su falta de dinero llegará hasta la última de sus anotaciones de 30 de diciembre. Sin embargo, cuestiones trascendentales será evitadas. Por ejemplo, nada sabemos de su relación con la que luego será su esposa. Nada se nos dirá del fallecimiento de su madre, pese a que no se escatimen detalles más secundarios: el primer viaje a Capri, sus primeros escarceos parisienses, sus borracheras, la pasión por C., a la que comparará con su otro amor, Mimí. Crítico de su posible autobiografía, que inició, alude aquí tan sólo a algunos hechos de la infancia, aunque analiza las figuras de sus padres. Sus historias sentimentales se alternan con reflexiones sobre autores franceses,ingleses, alemanes, etc. Pero su estancia en París, donde se instalará en 1960, se dejará notar en un cierto afrancesamiento, así como en hechos puntuales, como la retirada del De Gaulle (pag. 347), su opinión sobre la primera novela de Vargas Llosa (pág. 371), o su primera operación quirúrgica, en 1973 (pág. 383), de la que sólo más tarde sabrá que fue un cáncer de esófago, lo que no le impedirá beberse su botella diaria, al menos, de vino de Burdeos.

Los diarios se publicaron en Perú en 1992, 1993 y 1995, en tres volúmenes, que correspondían a las etapas 1950-60; 1960-74; y 1975-1978. Por vez primera se han reunido aquí, aunque se hubiera podido añadir alguna nota aclaratoria de personajes o situaciones. Tras su matrimonio, disminuirán las observaciones íntimas. Pese a todo, traza un duro análisis de la personalidad de su hijo, apenas adolescente. Elabora una vitriólica autocrítica: "Carezco de voluntad (pues si la tuviera no hubiera fumado ni bebido para librarme del mal que me mata), de ambición[...], de coraje [...], de lealtad [...], de previsión (pues debería poner orden en mi vida ahora que me estoy yendo de ella y dejo mujer e hijo). [...] Lo único que puede redimirme es quizá mi lucidez" (pag. 475). Esta concepción destructiva se proyecta sobre la propia escritura.Describirá alguna anécdota sabrosa (en una de ellas interviene Octavio Paz, pag. 244) o Carpentier (pág. 313). No faltarán observaciones sobre el cuento, que practicó; acerca de la novela y su técnica (pág. 625), partiendo, aquí, de la francesa actual. Tratará de sus éxitos con las mujeres, de Scorza, de la novela negra, del hecho de que Ricardo Palma nunca comprendiera el problema del indigenismo, clave del Perú. Sobre su mundo planeará una soledad casi metafísica.

La tentación del fracaso es una obra maestra. Ribeyro asegura que se inspiró çen la obra de Amiel, pero fue capaz de conferirle el toque de modernidad que convierte el libro en un texto fundamental de la literatura del "yo", en la obra clave de la intimidad de un escritor que se desvela ante el lector y en el que podemos reconocernos.