Image: Hiroshima

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Ensayo

Hiroshima

John Hersey

27 febrero, 2003 01:00

Trad. J. G. Vásquez. Turner. 184 págs, 17 euros. Gönther Anders: Más allá de los límites de la conciencia. Paidós. 232 págs, 14 euros

Los dos libros que recomendamos al lector, el reportaje sobre los supervivientes de Hiroshima del periodista John Hersey (1914-1993) y la correspondencia mantenida por el filósofo vienés Gönther Anders (1902-1992) con el comandante Claude Eatherly, oficial de uno de los B 59 que asolaron la ciudad japonesa, son de especial interés, sobre todo cuando otros jóvenes pilotos norteamericanos, ingleses y tal vez españoles podrían verse ante dilemas morales muy similares a los de Eatherly e infligir tanto dolor como el que padecieron las víctimas de este funesto bombardeo.

Por supuesto, también recomiendo su lectura a nuestros gobernantes, tan incapaces de imaginar el sufrimiento que pueden provocar ciertas decisiones tomadas desde un despacho o incluso desde un parlamento, aunque luego sea fácil anestesiar la conciencia moral con eufe- mismos tales como "guerra contra el terrorismo", "ataque preventivo", "daños colaterales" y otros tecnicismos por el estilo.

El libro de Hersey fue en su origen un reportaje publicado en New Yorker, en 1946, poco después de la masacre de Hiroshima y Nagasaki. El autor, que había trabajado como corresponsal de guerra durante el conflicto bélico para la revista Time, compuso un relato que no sólo es un clásico en el género del periodismo de investigación, sino que constituye un testimonio ineludible para toda reflexión en el ámbito de la filosofía moral. Sin ningún tipo de concesión al sensacionalismo, pero sin renunciar a la eficacia narrativa del mejor lenguaje documental, Hersey reconstruyó en un estilo sobrio y verídico la historia de seis supervivientes desde el momento mismo del fulgor letal de la explosión hasta las secuelas que sufrieron a causa de los estragos y daños psicofísicos producidos por la bomba.

Su narración cumple fielmente con uno de los objetivos que filósofos americanos como Elaine Scarry y Richard Rorty han atribuido al lenguaje periodístico: dar voz al sufrimiento de las víctimas que han vivido situaciones límite, contrarrestar el angustioso enmudecimiento provocado por la crueldad o la tortura.

La relación epistolar mantenida entre Gönther Anders y Claude Eatherley desde 1959 hasta 1961 representa otro documento clásico en la historia de la filosofía moral, pues nos presenta la carnicería de Hiroshima desde el inusitado ángulo de un exterminador involuntario que asume su responsabilidad sin excusarse tras la cadena de mando y transforma su arrepentimiento en denuncia activa. Si el intento de entablar una relación epistolar con el hijo de Eichmann resultó fallida, esta iniciativa de Anders dio lugar a una relación de amistad y a una cooperación intelectual en la lucha antinuclear y pacifista. En el contexto de la carrera armamentística, el joven Eatherley, incapaz de representar el infame papel de héroe nacional y de adaptarse a la "normalidad" civil, fue recluido en un hospital psiquiátrico militar donde durante años se intentó combatir su sentimiento de culpabilidad a base de fármacos. El Estado terapéutico psiquiatrizó lo que no era sino una reacción normal a una situación tan anómala como es el exterminio de más de cien mil civiles. A lo largo de la correspondencia, Anders explica a su discípulo la insensiblidad moral del estamento militar y político y de la mayor parte de la población estadounidense, así como su siniestra cercanía a la impasibilidad alemana ante el exterminio judío, mediante una exposición clara y sucinta de su filosofía de la técnica: el poder de fabricar y producir ha superado nuestra capacidad de imaginar y lamentar las consecuencias derivadas del funcionamiento de nuestras máquinas burocráticas y otros artefactos técnicos. Anders es consciente de que con su actitud Eatherly proporciona un ejemplo de los límites morales de esa nueva tecnología que podríamos denominar, con un término de Sloterdijk, "atmoterrorismo", cuyas aplicaciones militares obligan a reformular nuestros conceptos ante la posibilidad de que todos podamos convertirnos, como el piloto norteamericano, en "culpables inocentes".