Julio Quesada. Foto: Adriana Rodríguez

La tendencia a confundir el contenido de la filosofía con el de esos recetarios sapienciales que uno puede hallar en cualquier manual de autoayuda no ha hecho sino acrecentarse en los últimos años.

El éxito comercial de libros como el de Lou Marinoff, Más Platón y menos Prozac, ha animado a muchos a reciclar insulsos materiales de divulgación que, so pretexto de facilitar el acceso de un amplio público a los grandes temas de la filosofía, se limitan a reducirla a su mínima y más caricaturesca expresión.

Así las cosas, no es raro que nuestros gobernantes se planteen enterrarla en el totum revolutum de las humanidades, despreciando su función orientadora en la forja de una genuina sociedad del conocimiento. La filosofía nació como crítica del sentido común y maduró en pugna con los sofistas. Nunca ha sido una ocupación fácil, pues no lo es el cuestionar los supuestos básicos de nuestro modo de estar en el mundo. Pero esto la distingue y le confiere valor. Y esto es lo que hallamos en un texto como el de Quesada: la decisión de remontarse al origen de nuestras valoraciones morales, políticas o religiosas, de preguntarse por qué pensamos lo que pensamos.

Para responder a tal interrogante, Quesada nos embarca en un relato de la odisea del pensamiento occidental que no es otra historia de la filosofía más, sino una historia otra, un "re-cuento" tan poco ajustado a las convenciones académicas como a toda esa moda de la literatura de entretenimiento y bricolaje emocional del yo.

Quesada no fuerza el tono didáctico de su escritura. Es espontáneo el desparpajo con el que mezcla el tratamiento de los aspectos más técnicos de la historia del pensamiento con sus apreciaciones más personales sobre los distintos autores. La lucha por la emancipación de la mujer, la crisis de la mirada etnocéntrica o las imbricaciones entre filosofía y literatura se convierten en temas de debate en el curso de su exposición. Su motivo principal, la idea del hombre como novelista de sí mismo, se expone con especial brillantez en los pasajes referidos al Quijote y a la razón histórico-narrativa orteguiana. En un gesto más de reivindicación de nuestra propia tradición, dedica un epígrafe a la obra de un autor contemporáneo: Savater. Que cunda el ejemplo.