Image: La conexión divina

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Ensayo

La conexión divina

Francisco J. Rubia

24 julio, 2003 02:00

Francisco J. Rubia. Foto: Archivo

Crítica. Barcelona, 2003. 230 páginas, 18 euros

Rubia Villa había aparecido ya en estas páginas como autor de El cerebro nos engaña, en el que dejaba anotados algunos puntos que, ampliamente desarrollados ahora, componen el argumento de esta nueva producción suya.

En síntesis representa el modo de enfrentarse un científico, un neurobiólogo en este caso, al fenómeno del misticismo, tan apartado de su propio campo de acción. Sin embargo, junto a la realidad externa del hombre, de la que preferentemente trata la ciencia, hay también una realidad interna que gobierna nuestras decisiones, creencias y actividades; de ella quiere ocuparse este libro. Estudio hasta ahora poco atendido porque nuestra civilización occidental, primando la capacidad lógico-analítica en que se basa la ciencia, ha inhibido la capacidad místico-emocional, el inconsciente, fuente de inspiración, intuiciones y sentimientos. Una parte que es también anterior en el tiempo a la que nuestra cultura ha ido modulando; el hombre primitivo, que vivía seguramente una realidad más ligada a la espiritualidad, accedió desde un principio a una experiencia mística o trascendente que ha seguido buscando una y otra vez y en la que podría encontrarse el origen de la religión. El autor analiza estas experiencias que, a traves del éxtasis, persiguen la unión con la divinidad y ve en todas ellas puntos comunes, aunque procedan de culturas y religiones distintas: sensación de entrar en contacto con lo sagrado, inefabilidad, bienestar, paz, sensación de objetividad y de realidad, estados de conocimiento e intuición "en las profundidades de la verdad, no explorados por le intelecto discursivo".

No resulta extraño que, ante esa experiencia de Dios en el éxtasis místico, tan "real" al menos desde un punto de vista neurofisiológico como nuestra realidad cotidiana, se sienta impelido el científico a bucear en ella ya que, como toda experiencia humana, deberá responder a la activación de ciertas estructuras cerebrales, distintas seguramente de las que se activan al atender a la realidad externa. La conexión con la divinidad y la percepción del mundo exterior, o si se quiere, simplificando, el pensamiento del hombre primitivo y del hombre actual, surgirían de dos estructuras diferentes del cerebro, lo que explica que puedan convivir en una misma persona moderna. Con todo, no parecen todavía totalmente definidas las estructuras cerebrales responsables de las experiencias místicas o de trascendencia, aunque Rubia cree que lo estarán en un futuro no lejano. Se demostraría así "que una parte del cerebro es la responsable de nuestro sentido de espiritualidad, con lo que éste quedaría ligado al cerebro y, por tanto, sería algo innato en el ser humano. De esta forma el materialismo que lo negase estaría negando al mismo tiempo algo importante en la naturaleza humana". La religión, como búsqueda de lo sagrado, lo numinoso, lo divino, tiene que haber estado presente desde el comienzo de nuestra andadura por la Tierra. Se puede atribuir a las estructuras del sistema límbico, sede probable del inconsciente, la responsabilidad de estas vivencias tan determinantes en la historia de la humanidad. Y como el sistema límbico se desarrolló mucho antes que la corteza cerebral, donde se supone tiene su sede la consciencia, resulta por ello más arcaico un cerebro de afectos y sentimientos que el lógico y científico que la cultura ha venido conformando.

El autor se mantiene en este punto respetuoso con la tendencia cada vez más acusada de separar los ámbitos de actuación dela ciencia y de la religión: "La existencia de estas estructuras responsables de la experiencia mística no dice nada a favor o en contra de la creencia en seres sobrenaturales. Para el creyente, por ejemplo, es importante saber que existen en su cerebro estructuras que hacen posibles estas experiencias. Puede atribuir estas estructuras a la previsión divina que hace posible la comunicación con la divinidad". Para el no creyente, los seres sobrenaturales no serían otra cosa que proyecciones del mundo exterior de nuestro cerebro. "El científico no debe entrar en estas consideraciones que son la consecuencia de una opción personal e íntima".

Pero sí que nos presenta un interesantísimo panorama y un modelo de cómo el mundo de la ciencia intenta profundizar, sin salirse de su propio camino, en los todavía abiertos misterios del hombre.