Image: Correspondencia, I (1847-1861)

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Ensayo

Correspondencia, I (1847-1861)

Juan Valera

24 julio, 2003 02:00

Juan Valera

Ed. L. Romero Tobar. Castalia. Madrid, 2002. 782 páginas, 58 euros

El epistolario que se conserva de don Juan Valera es acaso más extenso que el de cualquier otro escritor contemporáneo. La ambiciosa recopilación que este volumen inaugura trata de reunir todas las cartas escritas por Valera desde 1847 hasta poco antes de su muerte, en 1905.

Hay que aplaudir y alentar el empeño de los compiladores, porque las cartas del autor de Pepita Jiménez son de un interés que supera en no pocas ocasiones el de la obra de creación. En primer lugar, porque Valera se muestra en todo momento como un formidable epistológrafo, irónico, socarrón, agudo observador y de vasta cultura; en segundo, porque sus cargos diplomáticos llevaron al escritor por muy diversos países -Valera es, en este sentido, el escritor más cosmopolita del siglo XIX-, y de todos ellos ofrece abundantes noticias y anotaciones de viajero curioso. Así, las 347 cartas recogidas en este primer tomo están escritas desde ciudades como Madrid, Nápoles, Lisboa, Rio de Janeiro, Dresde, París o San Petersburgo, lo que da idea de la diversidad de lugares, costumbres y perspectivas que ofrece la correspondencia. Junto a multitud de noticias literarias, Valera se entretiene a veces en menudas descripciones, como la del traje del cochero en Moscú: "El traje del cochero es el traje nacional ruso, pero el traje de majo, como si dijéramos. El caftán de paño azul o verde con remiendos de terciopelo negro y franjas en el cuello y bocamangas; golpes de botones de muletilla en ambos lados y faltriqueras, calzones bombachos y botas anchas y plegadas; un sombrerete chico y puesto con coquetería, a veces de medio lado" (pág. 542). No es extraño que, en muchos casos, algunos de los destinatarios, como el marqués de Valmar, publicaran estas cartas como crónicas o artículos en periódicos de la época. A la descripción de modas y costumbres se une la narración igualmente garbosa de lo que hoy consideraríamos visitas turísticas -palacios, monumentos artísticos- y hasta debilidades íntimas contadas con extraordinario donaire, como los escarceos amorosos del autor con la esquiva actriz Magdalena Brohan (págs. 476 ss.). No faltan los desahogos contra la inane literatura coetánea y la declaración de fe en la propia vocación: "Para ser escritor mediano [...] más vale tenderse a la bartola, leer [...] y no contribuir uno escribiendo a enriquecer esta literatura con sus tonterías. Pero como no me he decidido aún a esto [...] sigo literateando y tratando de engañar a los páparos, como hacen otros literatos como yo..." (pág. 702). Tampoco desdeña Juan Valera las novedades científicas, como demuestra su extenso relato de la visita al gabinete de Historia natural de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, donde se detiene en amplias consideraciones sobre los aerolitos, los fósiles y diversas especies zoológicas, e incluso discurre acerca del papel de la ciencia en el mundo.

La lectura de las cartas de don Juan Valera es una auténtica delicia, porque tienen una vivacidad, un dominio de los recursos expresivos y una agudeza en la percepción y relato de los detalles que hacen de este corpus un modelo epistolar.

El lector se pregunta a veces, al igual que puede hacerse frente a otros autores -Miguel de Unamuno, sin ir más lejos- cómo consiguió Juan Valera, y también muchos hombres de su generación y de la siguiente, compaginar sus tareas cotidianas, a veces absorbentes, o su continua y fecunda dedicación literaria con la redacción de tantas y tantas cartas manuscritas, a menudo de varios pliegos, que por sí solas cubrirían sobradamente el ámbito de una vida en la actualidad. Acaso haya que aceptar que nuestra medida del tiempo ha variado, y que estas cartas nos sumergen en una época irremisiblemente perdida. Por desgracia para la escritura, ciertamente.

Los nuestros son malos tiempos para la literatura epistolar. Para compensar esta inmensa carencia, las cartas de Valera constituyen un inapreciable regalo. Hay que esperar con impaciencia los próximos volúmenes.