Image: Los asesinatos de Hitchcock

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Ensayo

Los asesinatos de Hitchcock

Peter Conrad

31 julio, 2003 02:00

Foto: Luc Fournol

Turner y Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2003. 365 págs, 19’90 euros

Quizá el mayor mérito de este libro es que logra transcurrir por senderos distintos a los ya transitados por Truffaut y Donald Spoto. Su autor, Peter Conrad, consigue reducir la sabiduría cinematográfica que desgranó el primero y el jugoso anecdotario que divulgó el segundo a meros elementos del amplio conjunto de referencias en las que apoya su exhaustiva y sugerente lectura de la obra de Hitchcock.

Conrad discurre libremente por las filmografías muda y sonora del afamado director, por sus intervenciones y trabajos televisivos, sus declaraciones y escasos artículos publicados y los libros que inspiraron sus argumentos.

Respecto a estos últimos, la sabiduría de Hitchcock y de sus a menudo oscurecidos guionistas se manifiesta tanto en lo que asimilan de las fuentes de partida como en lo que suprimen de ellas o reinventan con recursos genuinamente cinematográficos. Así, las páginas que el novelista Robert Bloch dedica a las comprometedoras lecturas de Norman Bates, en Psicosis, quedan condensadas en el plano en el que Vera Miles examina un misterioso libro sin título en el que cabe todo lo que quiera imaginar el espectador... O no: Conrad está convencido de que Hitchcock no nos deja demasiada libertad de elección, de que sabe conducirnos una y otra vez a la misma desazonadora constatación de nuestras inhibiciones, fantasías reprimidas y viejos terrores ancestrales, en un mundo que ha prescindido de Dios y ha tenido todo un siglo para familiarizarse con la profanación del cuerpo y la destrucción masiva.

A esa conclusión ya habían llegado otros. Pero quizá nadie había sabido demostrarlo con la paciencia y minuciosidad que Conrad dedica a desgranar diálogos e imágenes, o a hacernos reparar en todo lo que el cine de Hitchcock tiene de ambiguo y malintencionado. Que es mucho: sus escenas de asesinatos equiparan con naturalidad el crimen con el acto sexual, los objetos se ordenan para insinuar turbadoras alegorías de las partes del cuerpo, la sangre derramada simboliza otras culpables efusiones de fluidos. Asombra la coherencia con que Hitchcock utilizó esos códigos a lo largo de toda su carrera, y la coincidencia entre sus hallazgos y el hoy algo caduco imaginario surrealista: quizá haya que considerar a Hitchcock el más subversivo y eficiente de los surrealistas. Y, con toda probabilidad, el único vigente. A su lado, Breton o Dalí (no así Buñuel) resultan de una apabullante candidez.