Image: Contra el fanatismo

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Ensayo

Contra el fanatismo

Amos Oz

2 octubre, 2003 02:00

Amos Oz. Foto: E. Harris

Traducción de Daniel Sarasola. Siruela. Madrid, 2003. 104 páginas, 9’50 euros

Aunque fanaticus signifique en latín entusiasta o inspirado, como concepto crítico descolla con el uso que filósofos y enciclopedistas franceses dieron a los términos fanatique y fanatisme para designar estados de ánimo irracionales, inclinados al arrobo religioso, al sectarismo y a la intolerancia. Su propio origen etimológico remite al ámbito sacro por excelencia, el fanum, el templo.

Sin embargo, ya en 1621, el clérigo inglés Robert Burton, en su Anatomía de la melancolía, incluía el morbo fanático bajo la noción de "melancolía religiosa" y formulaba pronósticos y posibles curas. Casi un siglo después, Shaftesbury recetaba como antídoto contra la bilis del entusiasmo la libertad de chanza y señalaba que ni siquiera el ateísmo estaba exento de fanatismo. Con el tiempo, el fanático religioso del antiguo régimen se vestiría también con los ropajes del entusiasta de la guillotina y de la pureza revolucionaria. Y como destacó Klemperer, en la lengua del Tercer Reich el adjetivo llega a manifestar coraje, entrega y fe en sentido superlativo.

Amos Oz (1939), uno de los escritores más polémicos de la literatura israelí, comienza su opúsculo con la siguiente pregunta: "¿Cómo curar a un fanático?". En realidad, el título original del libro The Tubingen Lectures delata su origen: tres conferencias pronunciadas entre el 2001 y 2002 en Tubinga, cuyo seminario teológico formó a los creadores del idealismo y del romanticismo germano. De entrada, pues, el novelista judío se dirige a un público alemán y europeo (no faltan las alusiones irónicas al respecto) y asume una perspectiva terapéutica, hasta el punto de arriesgar la hipótesis de que el fanatismo es un gen de la naturaleza humana, más originario que cualquier odio religioso o político. Con esta discutible metáfora biológica Oz seculariza el "mal radical" de la teología judeo-cristiana. Frente a esta enfermedad, no caben sino remedios parciales: la apelación al buen humor o a la capacidad imaginativa de ponerse en la piel de otro. Mediante el goce de narrar o leer historias, la imaginación estética y el amor a las metamorfosis ganan relevancia moral: nos tornan sensibles al daño ajeno y disuelven las hipóstasis de nuestras identidades. Sin embargo, la originalidad de Oz consiste en afirmar que el fanatismo es uno de esos amores que matan, que desean nuestra salvación con fervor abnegado, incluso a costa de engrosar el martirologio. Frente a las éticas heterónomas, Oz cree que sólo quien se cuida a sí mismo puede cuidar de los otros, pues quien se desvive por los demás corre el riesgo de no dejar vivir al prójimo. Sus reflexiones presuponen un contexto biográfico e histórico muy concreto, recreado en novelas como Una pantera en el sótano. De padres centroeuropeos refugiados en Palestina del antisemitismo, Oz ha sufrido desde niño el conflicto entre palestinos e israelíes, llegando a combatir incluso en la Guerra de los Seis Días. Pero no se dejó embriagar por el poder militar judío que transformó su victoria en prueba ordálica de su bondad. A su juicio, este conflicto no nace de una batalla maniquea entre mentalidades o religiones, sino más bien de una tragedia: una colisión entre derechos o pretensiones igualmente legítimas a un mismo territorio. A pesar de su pesimismo antropológico, Oz no desespera de la posibilidad de llegar a un acuerdo que debe presuponer, por ambas partes, la capacidad de aceptar pérdidas y elaborar el duelo, sin recaer en el bucle melancólico de la venganza. Este librito testimonia hasta qué punto la mejor tradición ilustrada formada en Europa se nutrió, y sigue nutriéndose, de la heterodoxia de ciertos intelectuales judíos.