Image: Libertad conquistada. Memorias

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Ensayo

Libertad conquistada. Memorias

Hans Köng

4 diciembre, 2003 01:00

Hans Köng. Foto: Begoña Rivas

Traducción de Daniel Romero. Trotta. Madrid, 2003. 619 páginas, 36 euros

En una primera aproximación, Hans Köng es el teólogo que aparece de vez en cuando en la prensa clamando contra Juan Pablo II y el magisterio actual de la Iglesia. Más bien hay dos Köng: uno, el enfant terrible antipapal y, otro, el propugnador de una ética mundial interreligiosa.

Este otro Köng se centra en un problema extraordinariamente importante: la necesidad de establecer unas nuevas reglas de juego para lograr el concierto internacional, en un mundo que ya no cree en el derecho natural. Las memorias que ahora se publican nos permiten comprender a Köng y ver que es sólo uno. Lo primero que salta a la vista es el ambiente religioso de la Suiza de su niñez y de la Roma de su juventud, en los años 30 y 40. El nacionalcatolicismo español de Franco palidece al lado de lo que Köng nos hace ver en Suiza y Roma: un mundo intensamente puritano. Suele decirse que no hay nadie más radical que un converso y Köng lo fue, en sentido inverso: descubrió la libertad de pensar. La había mamado en su familia y fue recuperándola. Descubrió a Sartre, en los años de su formación como sacerdote, cuando era un hombre prohibido entre los católicos, y sometió después a crítica, paso a paso, toda la teología neoescolástica que se le enseñó. Y esto último en el momento más aparentemente inoportuno: cuando el papa Pío XII daba el primer aviso importante a la nouvelle théologie, por medio de la encíclica Humani generis (1950), y llamaba tácitamente al orden a teólogos que Juan Pablo II rehabilitaría más tarde, como De Lubac o Von Balthasar. Para entonces (1950), Hans Köng ya había comenzado a entender que uno de los problemas fundamentales de la teología radicaba en la relación entre naturaleza y gracia; un problema acuciante, mal resuelto por el jesuita Francisco Suárez y bien replanteado por el jesuita Henri de Lubac, entre otros. La reconsideración de este problema de la relación entre naturaleza y gracia a la luz de la nouvelle théologie condujo a Köng a su primera tesis resonante: la afirmación de que en ese punto fundamental, catolicismo y protestantismo podían reconciliarse perfectamente. Cosa que se asumiría en la Santa Sede en 1999, con Juan Pablo II.

Esa revisión teológica de Köng no partía de la nada. Formado en Roma, se nutrió de la teología germana, tanto católica como protestante. Y esto le llevó a asumir el método histórico-crítico en la exégesis bíblica; un método desarrollado en aquellos momentos en el ámbito luterano mucho más que en el católico, donde se había impuesto el temor a la heterodoxia hasta el punto de aconsejar una interpretación espiritualista, cuando no literal, de la Biblia. A partir de ahí, comenzó el apartamiento de Köng del magisterio de la Iglesia. De sus memorias se desprende que la primera cuestión pudo ser la contracepción, que permitía a sus feligreses en el confesonario quizá poco después de 1957. Pero llegó enseguida más allá. Antes de que se inaugurara el Concilio Vaticano II (1962), ya consideraba, por ejemplo, que, para consagrar el pan y el vino en la eucaristía, no hacía falta ser sacerdote; podía hacerlo el pueblo. La infalibilidad pontificia y el rango de pontífice eran, para él, invenciones tardías de teólogos medievales. Sorprende que Köng esperase que se aceptaran estas cosas en el Concilio Vaticano II cuando lo convocó Juan XXIII. Pero lo esperaba. Lo cierto es que el papa murió en 1963 y Pablo VI frenó la apertura que aquél había empezado.

Köng nos cuenta esto como protagonista de una aventura emocionante. Lo hace con la agilidad estilística suficiente como para que no parezca autocomplacencia, a pesar de que se trata de un relato rigurosamente centrado y casi ceñido a su persona. La historia de Köng es la de una parte importante de los teólogos católicos que ahora han llegado a la vejez. En los años 60 -que es cuando acaban sus memorias-, en torno al Concilio, no se libró una lucha en dos frentes -conservadores y progresistas-, sino en tres: conservadores neoescolásticos (comandados por Ottaviani), progresistas fieles al dogma (De Lubac, Von Balthasar, Rahner) y progresistas que no lo fueron (Köng entre otros). En el Vaticano II ganó por goleada la segunda opción. Se entiende así que, en 1979, el propio Juan Pablo II consintiera que se le retirara la licencia eclesiástica para ejercer la enseñanza en los centros católicos. Su doctrina ya no era la del magisterio eclesiástico. Esto tiene que ver con la enorme inquina que muestra Köng hacia Juan Pablo II.