Image: Los sueños de la razón

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Ensayo

Los sueños de la razón

José Antonio Marina

18 diciembre, 2003 01:00

José Antonio Marina. Foto: Mercedes Rodríguez

Anagrama. Barcelona, 2003. 272 páginas, 16 euros

Estamos ante un interesantísimo híbrido entre la filosofía, la historia y la literatura, con el efecto positivo de acercar al público lector temas no fáciles como son los de la filosofía política. Porque ese es el contenido esencial que se nos ofrece, como no podía ser menos dada la condición de filósofo de quien lo ha escrito.

El autor presenta su estudio como un tratado de filosofía política, aunque con el formato de un libro de historia; no obstante, creo que desde el punto de vista formal se trata más bien de una novela histórica, centrada en las dos grandes revoluciones de finales del XVIII: la americana y la francesa, así como el universo de ideas y debates sobre el poder, la soberanía, los derechos del hombre y del ciudadano, la nación, el pueblo, y tantas otras cuestiones como se plantearon en aquel periodo, sin el que resultaría imposible entender el mundo contemporáneo. Bajo dicha forma literaria, no cabe duda de que nos encontramos ante un profundo tratado de filosofía política.

Los personajes esenciales en el relato son ficticios, testigos privilegiados de ambas revoluciones, como el hacendado e ilustrado cubano don Nepomuceno de Cárdenas, o sólo de la francesa -la más trágica y decisiva de ambas- como su amigo Johannes Frei, pero intervien buen número de personajes reales, que el autor conoce de forma precisa. Se trata de un magnífico trabajo, muy bien concebido y bellamente escrito, que engancha y mantiene intrigado al lector; sólidamente basado en un buen conocimiento de la bibliografía de los historiadores, y un hábil manejo de memorias y relatos escritos por protagonistas y testigos de la revolución francesa, que constituye el centro esencial de la obra. El tercer elemento -de acuerdo con el objetivo del libro- es la reflexión sobre las grandes cuestiones de la filosofía política, en la que el autor manifiesta dos raras virtudes: la claridad y la precisión conceptual. Estamos, en suma, ante un libro altamente recomendable para quienes se plantean los problemas implícitos en nuestra condición de miembros de la "polis".

Porque se trata de cuestiones actuales, a pesar de que buen número de ellas ya se plantearon antes de ambas revoluciones. Quién duda, por ejemplo, de que no lo sea, a raíz de la guerra de Iraq, la diferencia entre una política natural basada en la fuerza y una política ética basada en el derecho. O el problema de la nación, entendida como individuo absoluto, total, existente antes de la historia y superior a los individuos de carne y hueso, que muchos creíamos ya felizmente superado. La figura de Robespierre, voz del pueblo y encarnación de la comunidad, que en cuanto tal no podía confundirse, lo que convertía su voluntad en voluntad general y por tanto, poder absoluto, le da pie para reflexionar sobre el terror, el abandono de las garantías jurídicas y la deshumanización de los individuos como paso previo a su conversión en víctimas, un mecanismo que se ha repetido trágicamente en tantas experiencias contemporáneas. Aparte de otras consideraciones, la pérdida del sentimiento de compasión, olvida -como afirma Marina- que el progreso es siempre misericordioso.

Otro de los problemas de rabiosa actualidad es la noción de pueblo ¿Cuáles son sus límites? ¿Quién define la pertenencia a un determinado pueblo? Robespierre señaló que sólo formaban parte de él los patriotas, los únicos virtuosos, o los que él consideraba como tales: los jacobinos, lo que permitió la condena indiscriminada de muchos. Sólo forman parte del pueblo los elegidos, los que piensan o actúan de una determinada manera. Pero como señala el autor, "la Ley del progreso ético de la humanidad recibe una corroboración a sensu contrario: cuando se olvidan los derechos individuales aparece el Terror". Pese a todo, el protagonista del libro es un hombre de la Ilustración y, como tal, comparte el optimismo ilustrado, por ello en una de sus páginas finales enuncia lo que considera una ley general: "Mientras la especie humana no esté irremediablemente perdida todos los movimientos políticos, religiosos o económicos que se aparten de los fines de la humanidad acabarán siendo vencidos".