Image: Travesía liberal

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Ensayo

Travesía liberal

Enrique Krauze

18 diciembre, 2003 01:00

Enrique Krauze. Foto: José Ayma

Tusquets. Barcelona, 2003. 450 páginas, 20 euros

Enrique Krauze (México, 1947) es conocido en Latinoamérica por su trabajo de historiador, en particular por su trilogía sobre México (Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial) y por su labor editorial en revistas como Vuelta y Letras libres.

Travesía liberal recoge algunos de los mejores frutos sazonados al compás de esta doble dedicación, tarea que acomete con el rigor geométrico de su admirado Spinoza y con la cuidada prosa de quien ha leído con fervor a Octavio Paz y Jorge Luis Borges. El resultado no es una simple miscelánea, sino un trabado cuaderno de bitácora, compuesto por entrevistas (más bien conversaciones con espíritus afines como Kolakowski, Isaiah Berlin y Yehuda Amihai o con colegas como Hugh Thomas, Elliott o León Portilla), biografías, reportajes y artículos.

Se trata de una autobiografía intelectual a la vez que una exploración histórica, un diario y un diálogo, una obra de largo aliento que entreteje sabiamente los recuerdos de su biografía personal con la crónica del presente y del pasado colectivo, los abuelos espirituales con el Holocausto, el conflicto palestino-israelí, el humanismo indigenista, el neozapatismo, el auge y la decadencia de los imperios y las turbulencias en Oriente Medio. Consciente de que "la historia no tiene libreto", el autor afronta la estela del pasado y el horizonte del futuro sin postular ningún finalismo mesiánico o milenarista, pues la travesía en la que estamos embarcados no cuenta con cartografías infalibles que nos salven de naufragios o derivas imprevistas.

El subtítulo del libro ("Del fin de la historia a la historia sin fin") deja bien claro que Krauze no comparte pronósticos como los aventurados por Fukuyama. A despecho de cuanto parecía prometer el fin de la guerra fría, el retorno del Islam y de las Cruzadas ha refutado brutalmente la ingenua tesis de un fin de la historia, propiciada por la victoria aparentemente irreversible de la democracia liberal en Europa. Ni siquiera los avances logrados en Latinoamerica desde 1989, tras el descrédito del militarismo, el caudillismo populista, el marxismo revolucionario y la economía autárquica y estatista, parecen haber cerrado la puerta a posibles regresiones. Por ello Krauze cree en la responsabilidad de la acción individual frente a la pasividad impuesta por el fatalismo de las fuerzas impersonales. Como Jorge Santayana, asume que "hay que conocer la historia para no repetirla" y evitar así el eterno retorno del fanatismo. Su apuesta por la libertad del individuo se nutre en la mejor tradición del liberalismo mexicano, aquella que acogió con hospitalidad a los judíos polacos que, como su abuelo, huían del nazismo o que ofreció una segunda patria a los republicanos españoles.

A diferencia de otros ardorosos neoliberales, ciegos ante los desafueros de la política exterior norteamericana, más receptivos a la fábula insolidaria de Mandeville que a la simpatía moral de Adam Smith, Krauze tiende a mostrar un talante bastante ecuánime, fruto de un proceso de maduración que le llevó desde su fe juvenil en el utopismo redentor a un liberalismo contrario a todo fundamentalismo de inspiración teológico-política. Además su judaísmo laico le torna sensible a las crueldades sufridas por toda clase de minorías étnicas, ya sean indios o palestinos, mas no por ello abraza una ética de la convicción a ultranza, pacifista o belicosa, y su peligrosa máxima: Fiat iustitia et pereat mundus.