Image: Una pasión literaria. Correspondencia (1932-1953)

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Ensayo

Una pasión literaria. Correspondencia (1932-1953)

Anaïs Nin y Henry Miller

15 enero, 2004 01:00

Anaïs Nin y Henry Miller. Foto: John Pearson y Peter Gowland

Ed. Gunther Stuhlmann. Trad. J. A. Molina Foix. Siruela. Madrid, 2003. 408 pags, 24 e.

"Cuando pienso en ti pienso en una mujer que baila en la habitación, toda radiante y luminosa". Así se dirige Henry Miller a Anaïs Nin en una carta fechada en 1934, dos años después del comienzo del prolongado idilio amoroso y literario que ambos mantuvieron.

La frase, fruto de la fascinación que un enamorado siente por el objeto de su pasión, tiene algo también de imagen acuñada en la distancia, y embellecida por las palabras elegidas por el escritor en el momento de expresarla. La impresión se repite en otros pasajes: al adentrarse en esta correspondencia, en efecto, el lector sospecha estar asistiendo a un doble proceso de invención, en el que dos escritores compulsivos fantasean libremente sobre sus propios sentimientos, forzando al otro a ser receptor de esas confidencias y, al mismo tiempo, juez del modo en que están expresadas y de la calidad misma de la trama urdida entre ambos. Es posible que, entre escritores, las cosas no pudieran ocurrir de otro modo. Y así, por ejemplo, cuando Miller fija su deseo en una expresión obscena, el lector no tiene la impresión de estar asistiendo a la clase de cosas que dos enamorados pudieran decirse en la intimidad, sino a una acuñación literaria típica de su autor, similar a otras muchas que podríamos espigar en las páginas de Trópico de Cáncer.

Todo es literatura en estas cartas. Y lo que no, no pasa de ser charla gremial: publicaciones, agentes, anticipos, rivalidad, susceptibilidades entre colegas... Tal vez sea éste el aspecto verdaderamente obsceno de esta correspondencia: ni siquiera estos dos grandes marginales (lo fueron, antes del oportunista renacer editorial que conocieron en el último tercio del siglo XX) podían ser ajenos a las cuestiones de trastienda que tanto tiempo hacen perder al escritor moderno, agobiado entre coartadas intelectuales y tácticas de mera supervivencia (si es que ambas cosas no son lo mismo).

Y el caso es que estos amantes tan distantes, tan fríos (a pesar de las tórridas frases que se dedican), y tan interesados en los entresijos del oficio que comparten, son capaces de urdir, en su correspondencia, un mundo genuinamente atractivo para los impensados lectores de este documento privado. Mejor plasmado (todo hay que decirlo) en las cartas de Miller que en las de su corresponsal. Típicas del primero son las estampas resueltas en pocas palabras, las rápidas impresiones de cafés y cuartos de pensión, los retratos de tipos pintorescos, la rápida caracterización de esa especie de hampa literaria parisina que heredó el prestigio y el modo de vida de la antigua bohemia. Cuando Nin quiere pagarle a Miller con la misma moneda, en cambio, no consigue sino páginas tan amaneradas como las que dedica a sus primeras impresiones de Nueva York, que producen en su amante una justa irritación y son causa de una ardiente disputa epistolar.

No hay que olvidar que estamos asistiendo a un duelo entre escritores. Y conviene asumir cierto grado de malicia para disfrutarlo plenamente. Todo lo demás (las ráfagas obscenas, las estrategias de un adulterio más o menos encubierto, la evidente dependencia económica de Miller respecto a Nin) queda eclipsado por esta ingente pugna literaria, de la que emergen algunas páginas valiosas que, por ser genuinos frutos del poder creador de sus autores, brillan con más fuerza que ese otro puñado de trivialidades que llamamos vida.