Image: Historia de la ciencia. 1543-2001

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Ensayo

Historia de la ciencia. 1543-2001

John Gribbin

5 febrero, 2004 01:00

Gribbin recorre los nombres de la ciencia: Newton (en la imagen), S. Hawking...

Traducción de M. García Garmilla. Crítica. Barcelona, 2003. 552 páginas, 34’52 euros

Al leer con el detenimiento que este libro, ciertamente magnífico, merece, vamos encontrando algunas notas, que el autor ha querido grabar en el pensamiento del lector, sobre cómo se hace la ciencia, cómo se ha desarrollado en su alcance global, para así comprender mejor lo que la ciencia es.

Y la primera nota es que, aun siendo impersonal y tratando de verdades absolutas y objetivas, está hecha por los científicos, son las personas las que individualmente la construyen; por ello, de esas personas y de cómo han hecho su labor es de lo que quiere hablar. En este panorama esencialmente biográfico las vidas y las obras de sus personajes se van entrelazando y poniendo de manifiesto cómo cada avance científico conduce a otros colaterales y posteriores. Sólo al llegar al siglo XVIII, en el que la ciencia pasa a ser una profesión y no un aparente pasatiempo de aficionados ricos, la proliferación de científicos impide entrar, salvo alguna excepción, en detalles biográficos: es el propio relato de las cuestiones científicas el que se convierte en el tema central de la historia de la ciencia.

Historia cuyo comienzo lo fecha el autor en el año 1543, por ser el de la publicación de las obras de Copérnico y de Vesalio que marcan un distanciamiento, muy bien estudiado, con el planteamiento "místico" de la preciencia y va a dar paso a la institución del método científico. Tal vez por este punto de partida y no menos por lo que se ha vivido en el último siglo, casi toda la visión aquí presentada se va a centrar en la física y en la biología, más un gran capítulo dedicado a la química. Nada, en cambio, sobre las matemáticas, que quedan excluidas explícitamente. Pero, aun sin contemplarlas en su dinámica interna, sí que las toma como apoyatura del método científico mismo: la construcción de modelos -ecuaciones o fórmulas- que nos expliquen determinados fenómenos, sin que esa apreciación vaya más allá que la de darles paso como simples hipótesis físicas.

Es justamente la concordancia entre teoría y comprobación experimental la que faculta a la ciencia para explicar el comportamiento del mundo físico. Cuando Mendeléiev encuentra una pauta para formular una predicción comprobable experimentalmente, la hipótesis en que la había basado cobró fuerza: es un ejemplo clásico del modo en que funciona el método científico y nos dice lo lejos que hemos llegado desde que Galileo y Newton comenzaron a comparar la teoría con la observación y la experimentación de una forma realmente científica. La ciencia avanza habitualmente por una especie de "selección natural", por la paciente construcción de nuevos modelos a partir de datos nuevos; es un proceso evolutivo sin revoluciones: "La idea de que han existido revoluciones científicas es esencialmente un mito".

Quizá ha habido, sí, una única "revolución" científica que justifica el uso de esa palabra: la revolución cuántica de finales del XIX que alteró completamente el modo en que los físicos reflexionaban sobre el mundo a escalas muy pequeñas. Pero no parece, en cambio, casualidad que nuestro conocimiento de la base molecular de la vida llegase tras conocerse las reglas de la mecánica cuántica; una comprobación más de cómo la ciencia progresa por evolución y no por revolución. Recuerda a este respecto el autor que Cliford, que murió el mismo año del nacimiento de Einstein, no llegó a completar sus teorías sobre el espacio curvo del universo y es Einstein quien las propone invirtiéndolas; es el momento para que surja la relatividad general, por lo que su aportación no es el hecho aislado de un genio como se da a entender.

Otra de las ideas que el libro destila es la interacción entre ciencia y tecnología. Ocurre que los nuevos avances llegan de la mano de nuevos avances tecnológicos: el telescopio revolucionó la manera de reflexionar sobre el universo: el microscopio transformó el modo de pensar las personas en sí mismas; el estudio de la electricidad no empezó a coger velocidad hasta que se pudo disponer de aparatos para fabricarla y su adelanto tecnológico más importante, la invención de la batería eléctrica, llegó a final del XVIII y preparó el camino para los trabajos de Faraday y de Maxwell en el siglo siguiente. Y lo mismo que la ciencia necesita de la tecnología para desarrollarse, también la tecnología necesita de la ciencia. Muchas lecturas pueden hacerse de este libro. Estaría muy bien que cada lector hiciera la suya, pues el libro está lleno de sugerencias. La mía sería alentar a quien guste del tema a su-
mergirse en él, en la seguridad de que ha de disfrutar de su lectura.