Image: Stan & Ollie. Las raíces de la comedia

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Ensayo

Stan & Ollie. Las raíces de la comedia

Simon Louvish

5 febrero, 2004 01:00

Stan Laurel y Oliver Hardy. Foto: Archivo

Traducción de Idoia Goyeneche. T & B. Madrid, 2003. 478 págs, 22’6 euros

Como sucede en todas las parejas, también en el duradero dúo que formaron Stan Laurel (1890-1965) y Oliver Hardy (1892-1957) hay recovecos inasequibles a la mirada más curiosa. Así, esta biografía repasa detalladamente sus orígenes familiares y artísticos, su fructífera carrera común y la asendereada vida sentimental de cada uno de ellos.

Sin embargo, poco o nada dice de qué fue lo que verdaderamente unió a estos dos hombres singulares. En algún momento, sí, se insinúa que las conversaciones que ambos mantenían mientras jugaban juntos al golf pudieron evitar en alguna ocasión la ruptura a la que inevitablemente conducían los desacuerdos entre Laurel y Hal Roach, el productor de las películas del dúo. Aparte de estas conversaciones providenciales, poco más sabemos de esta relación que sobrevivió a los desastrosos matrimonios de ambos, a no pocas giras artísticas y a toda una carrera en la que no faltaron altibajos y crisis creativas. De lo leído en este libro apenas podemos deducir que Stan era quien aportaba la personalidad más compleja y problemática, la que inspiraba las constantes bromas del dúo sobre la propia identidad y sobre la permanente tentación de replegarse en la infancia que experimenta el adulto cuando las cosas vienen mal dadas. Ollie encontró en Stan el contrapunto ideal para desarrollar un personaje fatalista y pasivo, que enternece por su desesperado esfuerzo por conservar la propia dignidad en las situaciones más ridículas: era la superación, la redención incluso, del gigantón malintencionado que el voluminoso actor había encarnado en sus papeles anteriores a su encuentro con Laurel. En ambos confluyen tradiciones artísticas anteriores al propio cine, fundidas con los arquetipos que el nuevo arte había contribuido a hacer populares. El propio Laurel remedó por un tiempo al personaje de Chaplin, que dejó su impronta en el que él mismo llegaría a configurar.

Este libro explica bien los muchos ecos, reflejos y remedos que conforman lo que hoy percibimos como único e irrepetible. Algunos de ellos, muy sorprendentes: así, las coincidencias entre ciertos hallazgos de Buñuel y algunas disparatadas ocurrencias del dúo; o la constatación de que durante un tiempo artistas como Oliver y Hardy jugaron en el mismo terreno que actores más evolucionados y complejos, como Cary Grant o Katharine Hepburn: hasta bien entrada la década de los 30, la comedia madura no se distanció definitivamente de las creaciones de los entrañables "tontos del cine" que la precedieron.

Aunque quizá lo más sorprendente de todo es que el dúo sobreviviera a los muchos cambios que el séptimo arte experimentó en su primer medio siglo de existencia: el paso del mudo al sonoro, la generalización del formato de largometraje como vehículo más rentable para la explotación comercial, la incorporación masiva del público infantil y juvenil a las salas en los años de la guerra fría... Su legado fue asumido por la televisión. A ella debemos nuestra propia familiaridad con estos payasos del cine. Y nuestra conciencia de que, quizá, todo ha ocurrido demasiado rápido en este arte, cuyos hitos verdaderamente cruciales caben en los recuerdos de una sola persona.