Image: Hecho nacional y magisterio social de la iglesia

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Ensayo

Hecho nacional y magisterio social de la iglesia

Antoni M. Oriol y Joan Costa

19 febrero, 2004 01:00

Juan Pablo II. Foto: Massimo Sambucetti

Tibidabo. Barcelona, 2003. 241 páginas, 13 euros

Este libro se subtitula "Reflexión sobre la quinta parte y la conclusión de la Instrucción pastoral ‘Valoración moral del terrorismo en España’, de la Conferencia episcopal española" (2002). Es obra de dos buenos teólogos catalanes que se han preguntado si la "Instrucción" de la Conferencia se ajusta al magisterio del Papa.

Concluyen que no y que los obispos han entendido y usado mal los textos de Juan Pablo II que citan. Hacen bien en dar su opinión. La doctrina cristiana es fruto de una tensa dialéctica de siglos entre teólogos y obispos. Lo que no deben hacer los teólogos es reducir su papel al de meros glosadores de los obispos (incluido el de Roma). Pierden capacidad creativa e innovadora y pueden hacer más hondas aún las equivocaciones de los obispos.

Eso es lo que hacen Oriol y Costa: tomar las palabras del papa no como una orientación, sino como una especie de texto revelado que hay someter a exégesis, como la Biblia. No tienen en cuenta que, desde Juan XXIII, los papas no sólo han asumido los problemas del mundo laico sino que los han abordado con los conceptos del propio mundo laico. Y, para hacerlo bien, necesitan que les ayuden los teólogos, no que les glosen. Los papas han asumido el concepto de "derecho de autodeterminación de los pueblos". Ahora hace falta que los teólogos les digan si es asumible y cómo.

En 1999, cuando Joan Costa quiso publicar Nación y nacionalismo: Una reflexión del magisterio pontificio contemporáneo (Unión Editorial), el editor me pidió un prólogo, preferí redactar un epílogo, y Joan Costa no sólo pidió que no se publicase, sino que no se planteó lo que yo le planteaba. Y ahora insiste con Oriol Tataret. En aquel epílogo le decía: el derecho de autodeterminación de los pueblos es el derecho de las personas a constituirse en comunidad política para lograr el bien común. Pero eso significa que se ha de subordinar al bien común, cuando se trata de comunidades políticas ya constituidas, y que, en los Estados pluri- nacionales, los derechos de las naciones -insoslayables- se han de salvar con una aplicación radical del principio de subsidiariedad, que no se agota en las naciones, sino que se ha de aplicar en el seno de cada una de éstas y en todos los grupos intermedios hasta llegar a la familia y, en último término, a la persona, que es el sujeto de derecho, y no "los pueblos". Si no, aceptaré que Cataluña es un "pueblo". Pero también Reus. ¿Debe autodeterminarse Reus? La falta de autonomía en el seno de las Comunidades Autónomas a favor de sus respectivos municipios, familias y personas es una de las principales injusticias del sistema político y administrativo español actual. Se ha creado una constelación de centralismos.

Oriol y Costa no sólo se limitan a glosar al papa, sino que fuerzan sus palabras. Necesitaría mucho espacio para detallar los pasos en falso que dan en su libro. Confunden soberanía política con soberanía por medio de la cultura (discurso papal de 1980). Concluyen en "la polivalencia del concepto de autodeterminación" en los textos pontificios, sin darse cuenta de que, con eso, afirman que lo primero que hace falta es decirle al papa qué se ha de entender por autodeterminación. En cambio, traducen por "autodeterminación" lo que el papa dice de cien modos distintos (por ejemplo, el derecho de los palestinos a "una patria"; ¿qué es una patria?). Dicen que, en la "Instrucción" de los obispos españoles, se tergiversa el discurso al cuerpo diplomático de 1984, que "no sólo no niega, sino que contempla la posibilidad de que una fracción de un país soberano llegue incluso a proyectar y a reclamar una secesión"; no advierten que el papa habla de esa situación como de una anomalía que hay que examinar con precaución... etc. ¿Para qué seguir, si la clave está en el punto de partida? De los teólogos, el papa y los obispos no necesitan glosas, sino luces.