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Ensayo

Diarios

Alejandra Pizarnik

4 marzo, 2004 01:00

Alejandra Pizarnik

Edición de Ana Beccio. Lumen. Barcelona, 2003. 507 páginas, 23’90 euros

Lo primero que hay que decir de estos "diarios" es que lo son de verdad; es decir, son auténticos diarios íntimos, no destinados a ser publicados, por más que su autora formulara el deseo de ver impresa una versión purgada y reescrita. De ahí que produzcan cierta desazón. Porque, en efecto, lo que más sorprende de estas anotaciones, que se extienden desde 1954 a 1971, es lo poco que se parecen a los textos publicados en vida por Pizarnik. Ella misma era consciente de esa diferencia: "Esta prosa de mi diario se parece a una prosa normal. ¿Por qué, cuando escribo, no trato de apelar a ella?" (pág. 465). En esta "prosa normal", tan alejada de su escritura imaginística y visionaria, la autora va glosando estados de ánimo, confidencias sentimentales, lecturas, desencuentros sociales y familiares, manías y dudas sobre su propia escritura. Tampoco puede decirse que proporcionen muchos datos sobre la proyección literaria de su autora, que durante esos años publicó una docena de títulos, entre poesía y prosa.

Queda claro, pues, que estos diarios no eran, para su autora, un lugar de autoglorificación: más bien lo contrario. A lo largo de sus páginas, Pizarnik va ahondando en la idea, profundamente desalentadora, de que, a pesar de sus escritos publicados, apenas se siente dueña del idioma en el que escribe, y mucho menos parte de su tradición: leer a Garcilaso o a Rubén Darío le resulta penoso; Aleixandre le parece "tonto, casi tanto como Alberti" (pág. 476); Borges le inspira desconfianza, lo mismo que Neruda. Su tradición la forman Lautréamont, Kafka, Jarry y otros autores responsables de la implosión que las literaturas europeas experimentaron a finales del XIX y primeras décadas del XX. En esto Pizarnik se mostró como una autora periférica y epigonal, aferrada a un vanguardismo caduco y poco receptiva al renacido pulso que las literaturas hispanoamericanas recobraron en la segunda mitad del XX. Por ello, este diario es la crónica de un doble fracaso: personal y literario. Claro que, en literatura, ciertos fracasos han de ser entendidos como éxitos. No deja de serlo que los muy presurosos lectores de hoy podamos encontrar atisbos de frescura en los atormentados textos de esta casi apátrida escritora argentina que se suicidó en 1972.