Image: Historia del Cristianismo, I

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Ensayo

Historia del Cristianismo, I

Manuel Sotomayor y José Fdez

22 abril, 2004 02:00

La crucifixión, de Salvador Dalí

Ubiña (ed). Trotta/Universidad de Granada. 943 páginas, 30 euros

Dos agradecimientos: primero a los editores y luego a los autores y coordinadores. A los editores, por haber asumido esta empresa. Ya era hora de que un editor español dejara de traducir lo que pueden escribir con plena solvencia especialistas españoles.

No me opongo a las traducciones. Me opongo al gregarismo cultural. Este libro es la muestra de que tenemos estudiosos capaces de hablar del resto del mundo con la mayor solvencia. La prueba de fuego estribará en que este libro sea a su vez traducido a otros idiomas. De que eso ocurra, no estoy seguro.

Ahora voy al agradecimiento a los coordinadores y autores. No entro en si esto o aquello que dicen es más o menos acertado; hablan de siglos de los que apenas queda documentación y de los que hay conformarse con meras conjeturas. Y cada uno tiene sus propias convicciones. Sólo diré que puede resultar equívoca la afirmación que hace Juan Antonio Estrada en la página 131 de que la "resurrección", la "ascención" y "pentecostés" "son tres formas de hablar de un mismo acontecimiento". No; son tres acontecimientos, o yo no sé qué significa la palabra "acontecimiento".

Lo escrito en este libro tiene plena solvencia; por lo menos, es una de las maneras posibles de entender razonablemente el cristianismo antiguo. De lo que quiero dar las gracias a los autores es, simple y llanamente, de que digan la verdad. Una vez leí en un libro de otro jesuita -Henri de Lubac- uno de esos principios que a uno se le antojan criterios profesionales de primer orden (en el fondo, criterios de vida): en la Iglesia, venía a decir, se ha recurrido demasiado a simplificar la doctrina para no asustar a los fieles, o para hacerles posible la comprensión, y eso ha pasado cuenta, porque la doctrina ha terminado deformándose y, al cabo, se ha descubierto que era falsa o, simplemente, se ha descubierto la verdad pero la han descubierto "otros" y como algo ocultado por la Iglesia. Por eso, justamente, he comentado aquella afirmación de Estrada (cuyo capítulo es, por cierto, muy bueno): en el fondo, puede responder al deseo de hacer asequible la verdad, aunque sea simplificándola, si da lugar a que se entienda que esos hechos (la resurrección, la ascensión y pentecostés) a lo mejor no son más que meros relatos simbólicos, a lo sumo de una sola realidad, no sabemos cuál. A la gente hay que presentarle las cosas tal como son, sin esconder las dificultades. Si lo prefieren de otro modo, al creyente hay que pedirle que se la juegue, en términos intelectuales, a partir del conocimiento de la poca verdad que nos ha llegado. A estas alturas, ya ha habido muchos que, entre bromas y veras, han dicho aquello de que la mejor prueba del carácter sobrenatural de la Iglesia es que ha durado veinte siglos siendo su historia como es.

Pues bien, esto -la decisión de no ocultar que hay cosas que no se saben- atraviesa este libro. Eso tiene su coste, claro. El lector verá hasta qué punto tardó en abrirse paso la idea de que Jesús es Dios. Y se podrá preguntar, por tanto -en el caso de que aún no lo haya hecho-, si es que es Dios realmente y a la gente le costó descubrirlo, o si fue una invención tardía. También verá cómo "nace" la "gran Iglesia" sólo en el siglo III (y se preguntará, por tanto, cómo es que Cristo la fundó), o cómo, en un principio, no sólo no se advierte la tradición apostólica en los obispos, sino que, además, éstos se confunden a veces con los presbíteros (y se dirá, por ello, que o no hay tradición apostólica o, si la hay, tardó en concretarse de manera institucional y léxica; cosa que no debe asustar a nadie; hablamos de un fenómeno -el cristianismo- que se declara fruto de la intervención de Dios en la historia y, por tanto, supone un primer momento de asombro en cada ser humano concreto que se entera de ello; asombro que puede dar lugar, evidentemente, a la incredulidad y hacer que uno tarde años en creérselo y que se tarde siglos en apurar las consecuencias).

Tal vez es el único capítulo que falta en el libro, el de la manera -personal- en que el cristianismo se difundió. ¿Qué tenían aquellos cristianos para hacer cristianos a otros, a pesar de todo? No es una pregunta retórica; es pura lógica (y, además, es la pregunta del futuro). En fin, lo dicho: muchas gracias.