Image: ¡Levantaos! ¡Vamos!

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Ensayo

¡Levantaos! ¡Vamos!

Juan Pablo II

3 junio, 2004 02:00

Juan Pablo II. Foto: Reuters

Traducción de Pedro Antonio Urbina. Plaza & Janés. Madrid, 2004. 192 páginas, 17 euros

La figura de Juan Pablo II -la de hoy: la de ese viejo decrépito y tozudo que va camino de morir con las botas puestas- ¿es venerable o indignante? Juan Pablo II escribió ya las memorias de su infancia y juventud, Don y misterio (1996).

Esta continuación se refiere a los años 1958-1978, en que fue obispo de Cracovia. No son unas memorias convencionales; creo que el papa las ha escrito para los obispos, para explicarles qué piensa que debe hacer un obispo y cuál es su experiencia de veinte años: no se trata de un relato cronológico, sino que lo estructura temáticamente (nombramiento, conocimiento directo de la realidad, ciencia y pastoral, gentes de Iglesia, colegialidad, tradición que hereda, por este orden). Pero tampoco es un tratado eclesiológico.

No tienen nada de petulantes: son la expresión de una experiencia y de su fundamento doctrinal. El papa no se recata en hablar de doctrina cristiana si viene a cuento para explicar lo que quiere explicar: la manera de ser obispo. Eso puede resultar desconcertante o revelador. El autor no sólo cree en Dios conforme a la tradición judeocristiana, sino que explica su propia vida en clave transcendente, contando con Dios como elemento explicativo no sólo de lo que ha intentado hacer, sino de lo que le ha sucedido. Un agnóstico que lea este libro tiene que estar dispuesto a aceptar que hay gente que cree en Dios y a preguntarse qué es eso de creer y cómo influye en la vida cotidiana. Si no, no pasará de la segunda página. Incluso le puede indignar (uno de los misterios de la cultura de todos los tiempos es que haya gente que se indigna porque otros vivan de otro modo). Por eso me hacía aquella pregunta al principio: ¿es venerable o indignante? Se puede responder más fácilmente si se ve lo que era Juan Pablo II antes de ser ese heroico antihéroe que es hoy, superhombre completamente ajeno al estereotipo del héroe de las películas americanas. Al anciano de hoy, en 1958-1978 le llamaban tío en vez de padre, para que los policías comunistas no se enteraran de que era un eclesiástico, y la noticia de que lo habían nombrado obispo auxiliar de Cracovia, en 1958, lo pilló practicando canoa.

Nos pone en otra galaxia que no responde a la dinámica progresismo-reacción del mundo occidental. En aquella Polonia la tensión dominante no era entre izquierda y derecha, sino entre persona transcendente concreta y peón del Estado-Sociedad, epifenómeno generado por las fuerzas productivas. Digo persona concreta (polaco) porque llama la atención el papel que juegan en su mente los conceptos de patria, nación e historia cuando habla de Polonia. Sabemos que Juan Pablo II era patriota; pero no que lo sentía de manera tan honda.