Image: Sentado alegre en la popa

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Ensayo

Sentado alegre en la popa

Fernando Sánchez Dragó

3 junio, 2004 02:00

Fernando Sánchez Dragó. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2004. 477 páginas, 24 euros

Con este libro Sánchez Dragó cierra su tetralogía La Dragontea, que inició con Diario de un guerrero (1992), En el alambre de Shiva (1997), y El camino hacia ítaca (1998).

Vuelve a rescatar el autor, rico en recursos (literarios y más), textos de su odisea, de su arriesgada orestia, y da remate en forma de libro a aquella "dragontea" que acuñó para su secciòn semanal en "época", porque las aventuras de Sánchez Dragó merecen tener nombre propio.

El exordio, el texto más fresco del volumen, es plenamente representativo del estilo peleón de nuestro principal promotor literario, a quien, vistas las bofetadas que fue dando en sus artículos hasta 2000, no será extraño que el PSOE libere de su cita semanal en TVE. Lo cual le daría igual porque "nada importa nada".

Dice el autor que escribe "incesantemente el mismo libro", pero no la misma página, de modo que podemos zamparnos éstas y seguir así las denuncias, las luchas, las lecturas y los viajes de un "anarquista empedernido", azote de mediocres, flagelo de los "anglocabrones" ("esos bárbaros que blandían cachiporras [...] mientras Praxíteles esculpía el Hermes") y perseguidor de ingenios del averno como la televisión o el ordenador. Lo mismo le da sacudirle a Javier Tusell que al Dalai Lama. Su ángel custodio y compañero de charlas, Osinoid (Dionisio al revés) lo describe como "capataz de esclavos en mina de diamantes sudafricana". Es un ejemplo del sentido del humor y la prosa torrencial del sabio cínico, que se resiste a la tontería de un Occidente ("Europa es un cadáver") arrasado por la hamburguesa (que es "una bomba atómica"), y de una áfrica enferma que emigra y se "extirpa las raíces". Un mundo que prohíbe la horchata sin pasteurizar merece los improperios de quien ama tanto la vida. Al llegar a los 64, Sánchez Dragó no pudo verse reflejado en la canción de McCartney, porque estaba en un paquebote en el Nilo, hecho un chaval. Quién pillara tanta salud a su edad, y tanta libertad para poner tildes en tantos latinajos.