Image: Al aire de su vuelo

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Ensayo

Al aire de su vuelo

Víctor García de la Concha

17 junio, 2004 02:00

Víctor García de la Concha. Foto: Mercedes Rodríguez

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2004. 414 págs, 15’50 euros

Este título tomado, con una mínima variante, del Cántico de san Juan de la Cruz, le sirve a Víctor García de la Concha para reunir sus estudios más destacados sobre la literatura mística y espiritual del siglo XVI.

Finalmente, el libro incluye un análisis del poema titulado "Exhortación panegírica al silencio", del que se da una versión modernizada, compuesto por Calderón para glosar un mote -Psalle et sile- inscrito en el coro de la catedral toledana como propuesta de una aparente contradicción: Canta y calla.

Los diez primeros capítulos aparecen articulados en cuatro secciones, dedicadas a santa Teresa, la "poesía a lo divino", fray Luis de León y san Juan de la Cruz. Todos ellos, más el último calderoniano, poseen una marcada unidad de intención y comparten un mismo designio, repetidamente relacionado con una idea que Unamuno expuso en su prólogo de 1931 al libro de Ariel Bension sobre el Zohar en la España musulmana y cristiana: la de que la mística es, en su mayor parte, filología. Esa misma idea inspiraría el estudio de la poesía de Juan de la Cruz por parte de Dámaso Alonso "desde esta ladera", la de la literatura. Sin embargo, García de la Concha no desatiende la otra dimensión, la espiritual, acerca de la que hace gala de una ingente erudición teológica, patrística y bíblica. En especial insiste en ello en las páginas que dedica a los comentarios de fray Luis de León al Cantar de los Cantares, de entre los cuales destaca, haciendo suya una sugegerencia de Margherita Morreale, De los nombres de Cristo, en donde se logra ya "elevar el castellano a función de lengua plenamente capaz de contener los misterios" (pág. 209).

Pero no menos importante resulta, para la comprensión de Al aire de su vuelo, la proyección que el autor hace de los escritores del XVI mencionados, y en primer lugar de santa Teresa, sobre el telón de uno de los momentos más fascinantes de la espiritualidad cristiana. Se trata, claro está, del período de efervescencia humanista anterior a Trento y la Contrarreforma. A este respecto, se destaca la relación existente entre las fundaciones teresianas, las nuevas vivencias del alma y la escritura innovadora de Teresa de ávila, que trabaja una lengua aún maleable, el castellano de la época, hasta ponerla al servicio de una empresa insospechada: reflejar la introspección del yo en diálogo personal con Dios. Diálogo que llega a la inefabilidad de la experiencia última en el caso de los místicos y que, ya en pleno barroco, sugiere el canto silente de la oración en el poema calderoniano.

En todo caso, el lenguaje de la experiencia mística o de la mera reflexión espiritual tenía que ser forzosamente literario, y en estas páginas García de la Concha nos ofrece excelentes lecturas estilísticas, en primer lugar de la estrategia de allanamiento del estilo que Teresa de Jesús aplicaba a sus versos y a su prosa para facilitar su propio autoanálisis de la vivencia íntima y comunicarla verosímilmente, provocando la identificación cointencional de sus lectores. Otro tanto cabe decir de la propuesta aquí reiterada en el sentido de que los escritos místicos no deben ser leídos en clave alegórica sino simbólica, porque el espacio textual propuesto sobrepasa cualquiera posibilidad de referencia real, como sucede en los tres grandes poemas de Juan de la Cruz y especialmente en el Cántico espiritual. De la Concha recuerda a este respecto la definición que del gran poeta hiciera Jorge Guillén: "un perfecto alquimista y un alma santa". Y desde ella, especialmente desde "la alquimia de la filología creadora del símbolo" (pág. 306), se puede explicar la antinomia del amor humano y la fusión mística, resuelta a modo no alegórico.

A la perspicacia analítica con que son abordados textos por esencia complejos, y a la sabiduría teológica o literaria de que se hace gala cabe añadir un estilo de rara claridad y elegancia. También son de notar las relaciones que De la Concha establece entre el objeto de sus estudios y referentes crítico-literarios de la modernidad, como los ya citados Unamuno y Guillén, junto a otros no menos pertinentes, por caso T. S. Eliot, Barthes, Steiner y V. Wolf, una de cuyas convicciones se trae a cuento para referirse a la comunicación de nuestros místicos con sus destinatarios: la de que saber para quién se escribe es saber cómo hay que escribir.