Ensayo

Los días en la isla

Antonio Colinas

24 junio, 2004 02:00

Huerga & Fierro. Madrid, 2004. 247 págs, 13 e.

A este libro sobre Ibiza le falta poco para emular el clásico que Rusiñol dedicó a Mallorca, La isla de la calma. Le estorba, quizá, lo que de caduco y ocasional tiene el periodismo. Pero por poco que el lector ponga de su parte no tarda en descubrir lo mucho perdurable que hay en este libro. Colinas no ha dudado en poner en él (lo que no deja de ser arriesgado en el día a día del articulista) algunos ingredientes de su particular filosofía poética: para el autor de Tratado de armonía, el olvido de las prácticas agrícolas tradicionales o el descuido en que se hallan ciertos elementos integradores del paisaje (las fuentes, por ejemplo), constituyen verdaderas profanaciones, pruebas de la creciente desacralización del mundo. De un mundo, por cierto, donde la luz y el clima no son sino las manifestaciones más claras de las corrientes impalpables con que la naturaleza determina los ánimos y las acciones del hombre. También la Historia, representada por la rica arqueología ibicenca y la presencia viva de la tradición. Y la cultura, vista como una alternativa viable a otras formas de vida mucho más onerosas y destructivas. He ahí la Ibiza que Colinas retrata en este libro: todo un legado paisajístico y cultural, doblemente inserto en las constantes naturales del entorno mediterráneo y en una memoria histórica viva, y renovado por las actuaciones de quienes, como el propio autor, llevan a cabo su trabajo artístico en ese escenario.

Cabe apreciar en este planteamiento cierta ingenuidad, e incluso una cierta complacencia generacional: Colinas no deja de ver, en las personas de sus amigos y en sí mismo, a los verdaderos descendientes de los pioneros que, entre la bohemia de siempre y el inconformismo que conoció Europa en los años sesenta, eligieron Ibiza como escenario ideal para una forma de vida y unas inquietudes. Podremos compartir o no ese planteamiento, pero no tenemos más remedio que asentir a las pocas verdades esenciales que, a partir de ahí, Colinas sabe ver en el paisaje y en los hombres de su isla elegida.