Image: Los orígenes del fundamentalismo

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Ensayo

Los orígenes del fundamentalismo

Karen Armstrong, José Andrés-Gallego

24 junio, 2004 02:00

Karen Armstrong. Foto: Archivo

Traducción de Federico Villegas. Tusquets. Barcelona, 2004. 532 páginas, 24 euros

Este libro es importante no sólo por la actualidad del asunto: se trata de una enorme síntesis de las distintas corrientes que, en las tres religiones del Libro, han abocado al fundamentalismo, especialmente a partir del siglo XV.

Una empresa tan vasta no puede menos que tener fallos, incluso de bulto, como decir que santa Teresa era judía conversa. Pero no desmerecen de la envergadura del empeño y de la ecuanimidad de la autora, que tiene su propio filtro: piensa que las mujeres y los hombres de todos los tiempos se han basado en el mythos (las creencias recibidas de sus mayores) y han procurado el logos (el razonamiento que hace las cosas explicables y que elimina el mythos). Pero no idealiza el racionalismo; toma buena nota de que el racionalismo cristiano ha llevado al irracionalismo agnóstico en el siglo XX y que hay espacios espirituales en que la razón humana (el logos) nunca podrá penetrar para explicarlos racionalmente. No se lamenta de ello; lo constata y viene a declararse racionalista newtoniana.

Los Reyes Católicos se lo complican un poco porque le hacen ver que la racionalización del Estado -cuyo inicio les atribuye- la comenzaron antes de que el logos llegara a un nivel aceptable y, en consecuencia, tuvieron que crear la Inquisición: recurrir a lo irracional para reprimir el mythos de los disidentes. Y eso hizo que los disidentes -judíos y musulmanes- iniciaran la deriva hacia el fundamentalismo. Luego vinieron los racionalistas filósofos, protestantes principalmente, y llevaron la cosa al límite. La conclusión de la autora es que el fundamentalismo es un conjunto de movimientos que pretenden la defensa a ultranza del mythos y que nacen del temor a ver desbaratadas las propias creencias por causa de la racionalización política y filosófica. Pero no son meros regresos al pasado, sino que, como toda reacción, asumen consciente o inconscientemente parte de lo nuevo contra lo que batallan. Son, en este sentido, movimientos esencial y paradójicamente modernos. Y matan gente (los fundamentalistas judíos y musulmanes, no así los cristianos, principalmente protestantes norteamericanos; la autora no habla apenas de católicos a pesar de que conoce muy bien el catolicismo; cuando habla de fundamentalismo se refiere a corrientes no sólo integristas, sino agresivas).

Este libro se publicó en inglés en 2000: es anterior al 11-S. Los asesinatos fundamentalistas habían sido hasta entonces selectivos en la mayoría de los casos y, por tanto, la autora no explica por qué han llegado al asesinato indiscriminado y multitudinario. Pero según su propia tesis podría decirnos que la adopción de lo moderno para acabar con lo moderno ha conducido a algunos fundamentalistas a emplear los medios modernos y, concretamente, los nacidos del desarrollo enorme de la tecnología. Sobre todo dos: la tecnología financiera, que les permite tomar parte en la especulación capitalista, para comprar la tecnología armamentística que hoy se puede adquirir. El resultado es el que sabemos y sufrimos. Esta antelación al 11-S hace que, en la introducción a la edición española la autora añada una observación que no explica. Es ésta: que varias de las personas que han perpetrado los atentados terroristas islámicos de los últimos años no eran celosos observantes de su religión, sino vividores, bebedores y mujeriegos, que no cumplían las normas más elementales de la religión que invocaban. Y esto ya no tiene explicación en el libro de Armstrong. En la introducción, la autora sugiere que podría deberse a una propuesta de "pecado santo", incluso autodestructivo, hecho para obligar a Dios a que irrumpa nuevamente en la Historia y la enderece. Pero, aunque no es desechable esa hipótesis, no termina de parecernos suficiente. En ese hecho hay más cosas: problemas psicológicos individuales y colectivos, además de creencias, y habría que saber hasta qué punto no late en ellos una o diversas formas de revivir el irracionalismo de origen cristiano en clave islámica o judía. Lo que sugiero es que, a la larga y sin saberlo, la propia cercanía de Occidente ha podido contribuir a que entre judíos y musulmanes se haya asumido el nihilismo. Pero no el nihilismo de que habla Armstrong en la introducción (una autodestrucción que provoque la intervención de Dios), sino el puro nihilismo nietzscheano, con todas las reelaboraciones que hayan hecho falta. En suma, importantísimo.