Image: Memorias del tío Jess

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Ensayo

Memorias del tío Jess

Jesús Franco

22 julio, 2004 02:00

Jesús Franco. Foto: Iñigo Ibáñez

Aguilar. Madrid, 2004. 301 páginas, 18 euros

Posiblemente a muchos sorprenderá que Jesús Franco haya escrito un libro tan razonable como éste. Porque, por más que el inclasificable director se ufane de los fans incondicionales con los que cuenta, no parece que éstos sean igualmente partidarios de la cultivada cinefilia de la que hace gala en estas memorias.

Tampoco de unos gustos cinematográficos tan impecablemente clásicos: del expresionismo alemán a Welles, pasando por Jean Vigo, Ford o Siodmak.

A Jesús (o Jess) Franco, qué duda cabe, le halaga ser profeta de toda esa dudosa contracultura moderna que ha hecho suyos disparates como la inenarrable Killer Barbys (sic). Pero lo cierto es que dirigió un puñado de películas dignas de recuerdo, como Gritos en la noche o La muerte silba un blues; que se codeó con la primera plana del cine mundial y que su competencia técnica y su probidad profesional le llevaron a merecer la estima de Bardem, Berlanga o el propio Orson Welles, con quienes colaboró en diversas ocasiones.

De todos ellos deja retratos más o menos certeros, que compensan con creces los inevitables juicios atrabiliarios que de vez en cuando se filtran en este inesperado alarde de ecuanimidad: así, el que le merece José Antonio Nieves Conde, despachado sin más como realizador "franquista"; o los que dedica a algunas personas de su propio entorno familiar. Más llamativas son algunas opiniones políticas: por ejemplo, la que le lleva a sugerir que la "revolución de los claveles" portuguesa resultó desvirtuada por el golpe militar izquierdista que apartó de la escena al, según él, clarividente Spinola, hoy unánimemente denostado... Lo que no deja de tener su enjundia, a la luz de lo sucedido después.

Pero éstas son las casi inevitables, y necesarias, salidas de tono de unas memorias tan apasionadas como amenas, y en las que, insistimos, se percibe un inusitado afán de precisión y seriedad, casi impropio de la mente que imaginamos detrás de sus películas más disparatadas. Quienes, a pesar de todo, hemos disfrutado con muchas de ellas, agradecemos este plausible alegato que no sólo reivindica a su autor, sino a toda una manera de entender el cine y la vida.