Image: Religión y ciencia

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Ensayo

Religión y ciencia

Ian G. Barbour, José Andrés-Gallego

22 julio, 2004 02:00

Ian G. Barbour. Foto: Archivo

Traducción de J. M. Lozano. Trotta. Madrid, 2004. 566 páginas, 35’58 euros

Barbour aborda con notable solvencia uno de los grandes temas de nuestro tiempo: cómo, desde el XVII, los avances del conocimiento científico en Occidente han provocado el retroceso del margen que se le dejaba a la religión como explicación de los hechos, aunque fuera por vía de misterio.

Examina ese retroceso; analiza las diversas maneras en que, de acuerdo con ello, se ha ido replanteando la relación entre religión y ciencia y propone otra forma de conciliarlas en el día de hoy, a la vista de lo que hoy nos dice la ciencia. Con toda razón, Barbour subraya el papel que en esa historia ha tenido el evolucionismo, que ha arrumbado el punto de partida de la Biblia, que es el relato de la Creación. Y es en ese hecho en el que basa su propuesta: se puede entender la religión y, por lo tanto, lo divino como una secuencia de la propia evolución; así, Dios queda integrado en el conocimiento científico. En el caso de los cristianos, Cristo no debería entenderse sino como una fase excelsa del proceso evolutivo de las especies, según Barbour.

El lector pensará que es más sencillo arrumbar la religión por completo y limitarse a confiar en la ciencia. Pero es que Barbour constata otras dos cosas: una, que, de facto, lo religioso se resiste a desaparecer, incluso entre los científicos de nota; la otra, que es que el propio científico no se mueve por criterios puramente racionalistas, ni siquiera racionales, sino que parte de lo que Kuhn llamó el "paradigma", en una tesis memorable. El paradigma es el conjunto de convicciones aceptadas por la comunidad científica que, al ser transmitidas a todo el que se inicia en un saber, le dicta el canon establecido de manera que le lleva a partir de unos supuestos dados, de unos conocimientos establecidos, de una ordenación de los mismos, de un cierto código de conducta que le indica qué tipo de preguntas debe hacerse en su propia investigación científica y, con ello, qué datos debe seleccionar y, lo que es más, por dónde se han de orientar sus conclusiones. Y todo esto se da también en la religión; así que no es ninguna incoherencia preguntarse, primero, en qué se asemeja el conocimiento religioso al científico y, segundo, cómo se pueden conciliar. Exactamente esto es lo que hacer Barbour, con una erudición envidiable sobre la situación de la ciencia y de las más diversas religiones y teologías, en la historia y en el día de hoy.

Barbour observa que el concepto de paradigma de Kuhn ha provocado una verdadera perturbación en el mundo científico, incluido el teológico; porque, si ustedes repasan lo que acabo de decir que se entiende por paradigma, se darán cuenta de que equivale a afirmar que el conocimiento científico nace sesgado, condicionado por innumerables pre-juicios. Y eso es duro de aceptar. Por eso Barbour se inclina por la virtualidad del racionalismo y se esfuerza en proponer una religión conciliada con el paradigma científico que domina en Occidente.

A mi entender, el problema es que Kuhn no sólo tenía razón, sino que se quedó corto, como advirtió hace años Feyerabend, aunque fuera para caer en un puro relativismo. Kuhn redujo el concepto de paradigma al campo de la ciencia y no se dio cuenta de que, en realidad, el paradigma es mero fruto del universo mental que todo ser humano recibe por ósmosis -generalmente-, desde el momento en que sus padres le introducen en el primer artificio humano, que es el habla. Cuando ese ser humano se hace, además, científico, no hace sino continuar asimilando presupuestos que le vienen dados. Eso no quiere decir que no sea capaz de razonar y cambiar de opinión o de convicciones. Claro que puede. Por eso hay progreso. Pero también por eso hay retroceso. Y es que, en el fondo, la dinámica del conocimiento humano siempre aboca a un paradigma, sea para cambiarlo o para mantener el que uno tiene, incluso inconscientemente. Por eso somos todos -conservadores y progresistas- constitutivamente conservadores y no hay más progresismo que la capacidad de crítica que empieza por preguntarse a sí mismo si uno tiene razón. El problema es que, pensando así, no hay ninguna necesidad de adecuar la religión a la ciencia. Las dos nos vienen dadas y lo que hacemos es ponerlas en práctica, aceptándolas o revisándolas, como partes de un todo superior, que es nuestro modo de afrontar la vida, incluido lo científico y lo religioso.