Discurso y verdad en la antigua Greciamichel foucault
Michel Foucault
29 julio, 2004 02:00Michel Foucault
El otoño de un gran pensador suele albergar momentos de excepción, donde el rebrote de viejas ideas las abre a primaveras inéditas. En sus últimos años, Michel Foucault, prototipo del intelectual com- prometido, nos legó una de las más bellas e inesperadas lecciones sobre el valor de los clásicos grecolatinos impartidas por el llamado pensamiento francés de la diferencia.Este agitador resuelto de la buena conciencia política de izquierdas, recordatorio permanente de las muchas exclusiones practicadas por el discurso convencional de la revolución -locos, presos, enfermos, homosexuales- pronunció seis conferencias en la Universidad de Berkeley en 1983, en las que abordó la franqueza o "libertad de palabra" (parresía) como núcleo de la relación entre política y lenguaje en el mundo antiguo. Una cuestión sorprendente para quienes lo tomaban por un crítico nihilista de la verdad.
Y, sin embargo, esta tardía devoción por escritos semiolvidados de Galeno, Plutarco o Artemidoro, por diversas concepciones de la veridicción, de la tragedia ática a la patrística grecolatina, no fue fruto del cansancio del pensador activista tras tantas batallas perdidas, ni tampoco una concesión final a temarios de rancio pedigrí académico. Foucault supo inscribir de lleno su acercamiento a la cultura clásica en su proyecto más personal de una "ontología del presente", al considerarlo una ocasión más para el análisis de los modos en que se configuran históricamente las relaciones entre pensamiento y poder.
El punto de partida para este enfoque, como señalan ángel Gabilondo y Fernando Fuentes en su espléndida introducción a la edición castellana, fue el cambio de rumbo operado por Foucault en la elaboración de su Historia de la Sexualidad: al estudiar la forma en que una determinada experiencia de la sexualidad contribuye a configurar al individuo moderno, se vio urgido a realizar una genealogía de este sujeto de deseo desde la Antigöedad hasta nuestros días. Detectó así cómo el desarrollo de una serie de prácticas de "cuidado de sí", procedentes de las más diversas tradiciones filosóficas, generaron ya en la antigua Grecia unas tecnologías del yo o formas de recreación del sujeto, en el seno de las cuales surgió la parresía, la disposición a decir libremente la verdad. La filosofía, una de las principales contribuciones de la cultura clásica a Occidente, aparece en este contexto como un caso extremo de dicho estilo de vida antes que como una pura actividad contemplativa. Enfrentada a la retórica, la parresía estableció un nexo con ejercicios de ascesis (para ganar la libertad de quien habla), pero también con la democracia, por cuanto sólo desde una relación autónoma cabe dialogar sin ceder a las presiones de la violencia o la adulación.
De este modo, el método genealógico propio de sus grandes trabajos resulta aquí igualmente eficaz a la hora de mostrar cómo esos discursos, valores y prácticas que solemos tomar como evidentes, dados desde siempre y con vigencia intemporal, se han ido constituyendo paulatinamente a través de una compleja red de interacciones sociales e intelectuales, hasta que la costumbre de su presencia nos ha hecho olvidar su origen. La inequívoca raigambre nietzscheana de este procedimiento supone una peculiarísima modalidad de vuelta a los griegos, que necesariamente desplaza la presunta ejemplaridad, incuestionable y perenne, de su condición de "clásicos". Aquí lo clásico adopta calidad intempestiva, se convierte en un indicador desde el cual medir extrañezas respecto al propio presente. De ahí que lo que determine el curso de la investigación no sea el habitual recuento de tópicos, sino un análisis exhaustivo de las diversas configuraciones del problema -la hermenéutica del sujeto en la moral antigua- donde tan pronto nos vemos conducidos a parajes familiares (los Diálogos platónicos, v. g.) como a lugares poco frecuentados (el texto de Plutarco, Cómo distinguir a un adulador de un amigo). De ahí, también, que estas consideraciones manifiesten su proyección en un mundo como el nuestro, donde el lenguaje, entregado a la perversión de los mecanismos del mercado y del poder político, se limita cada vez más a su uso como arma arrojadiza o instrumento de seducción y donde, por ello, tan preciso se hace meditar sobre el valor de decir la verdad.