Image: Dios

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Ensayo

Dios

O. González de Cardedal. José Andrés-Gallego

16 septiembre, 2004 02:00

Jesús y un suplicante (anónimo)

Sigueme. Salamanca, 2004. 350 pp, 17 euros M. Fraijó: Dios, el mal y otros ensayos. Trotta. Madrid, 2004. 317 pp, 17 e.

Estos dos libros tratan de lo mismo: de Dios. Los dos están escritos por dos profesionales de la teología. Ambos toman, sin miedo, todo lo que hace el caso de la bibliografía -más que amplia- que conocen, venga de donde viniere.

La diferencia está en que uno se confiesa sumido en la incertidumbre y el otro intenta expresar su asombro ante Dios, bien entendido que el autor que se sitúa en la incertidumbre (Fraijó) no lo hace como situación angustiosa, sino como un ameno diálogo con las razones de su propia incertidumbre. Y, de forma correspondiente, González de Cardedal no expresa su asombro cayendo en la apologética, sino intentando explicar por qué se asombra, como creyente y, simultáneamente, teólogo. Lo que hace es algo así como decir: esto es lo que hay: nada menos que esto. Y esto que hay es irreductible a cualquier explicación. El cúmulo de intentos que durante siglos han hecho hombres y mujeres para saber algo más de Dios ha abocado a la singularidad de una larga serie de aparentes contradicciones que, paradójicamente, no son errores, sino la insuperable incapacidad de conocer aceptablemente a ese Dios a quien pretendemos conocer: simultáneamente, nos excede y nos pertenece, acontece y es ser, es absoluto y es persona, es trascendencia y actúa en lo histórico in-trascendente, siéndolo todo y eterno se encarnó en lo concretísimo del vientre de una joven en un momento histórico también muy concreto, está en el cielo y en la cruz, se revela y no se le ve, es omnipotente y todo amor y permite el mal...

El mal es justamente el obstáculo que Fraijó -como tantísimos en la historia- no puede comprender. Olegario González de Cardedal tampoco y yo tampoco. Pero González de Cardedal no se asoma a ese abismo como dice Fraijó que se asoma el creyente: conformándose con el pragmatismo de lamentarse y pedir o acudiendo a la explicación de que ha sido el pecado de los hombres la causa del mal, cosa que, ciertamente, exculpa a Dios pero que no termina de explicar cómo, a pesar de todo, ese ser omnipotente no puede evitar el mal. Entre los creyentes, suele darse otro paso: su perplejidad ante el mal se hace mayor y, al mismo tiempo, hace el mal incomprensiblemente razonable -nunca jamás racional- cuando se tiene en cuenta lo que ocurrió entre el momento de la encarnación y la muerte de Cristo: el mal debe ser un asunto tan grave, que hizo que Dios padre enviara a su hijo a dejarse matar sádicamente. Si este otro mal -que tampoco entiendo- se ha dado realmente, cualquier mal, aunque sea horrible, es esencialmente menor y, por lo tanto, lo único que puedo hacer es pedir y ayudar.

Eso tiene que ver con algo que Fraijó rechaza como un exceso y González de Cardedal subraya como un aspecto decisivo: me refiero a que el cristianismo no es una doctrina sino una existencia (Kierkegaard), una historia, y los cristianos, meros y limitadísimos testigos de esa historia y de esa existencia. Esto es: el cristianismo se presenta como algo radicalmente real y concreto, incluso frente a toda reflexión filosófica o teológica. Y tiene que ver asimismo con la insistente afirmación -que también asoma en estas páginas- de que después del Holocausto ya no se puede pensar en la providencia como se pensaba antes. No se advierte que la única justificación de esa idea está en que Cristo no fuera ni Dios ni el Mesías. En ese caso, Dios habría quebrantado unilateralmente la alianza con el pueblo elegido, Israel, al permitir el Holocausto. Si Cristo es Dios y fue ejecutado, la interpretación no puede ser ésa.

Un solo pero a los dos libros: tienen muy poco en cuenta a los teólogos y filósofos laicos que sí creen en Dios. Y no sé por qué. Y un pero más, sólo a Fraijó (en cuyo libro hay un diálogo con Javier Muguerza que es sustancial): Javier Muguerza no es un increyente que carezca de historia de creyente, y eso es fundamental para entender su modo de enfocar la creencia.