Image: Fragmentos póstumos

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Ensayo

Fragmentos póstumos

Friedrich Nietzsche

25 noviembre, 2004 01:00

Nietzsche, por Álvaro Delgado

Trad. Joaquín Chamorro Mielke. Abada. Madrid, 2004. 256 páginas, 22 euros

En una cuidada edición y traducción con el antecedente y el consecuente de una nota editorial a modo de prólogo y epílogo, aparece este magnífico entremés filosófico que nos permite saborear, por anticipado, lo que esperamos suceda pronto: la edición de la obra póstuma de Nietzsche, ordenada cronológicamente, de la cual se extraen en este volumen sus mejores pensamientos.

Me refiero a aquéllos que constituían el secreto del sumario: textos escritos para sí mismo en los que preparaba sus intervenciones públicas, y sobre todo, ya al final de su vida lúcida y consciente, esa magna obra que quedó en barbecho pero de la cual subsistieron multitud de indicios y de vestigios; tantos que se intentó, con ellos, construir un libro entero, La voluntad de poder, cuya autoría no es de Nietzsche sino de sus editores. En español poseemos las magníficas traducciones de Andrés Sánchez Pascual. Pero se trata de la obra publicada por el propio Nietzsche. Falta la sistemática edición y traducción de los póstumos. Esta edición puede ser un buen precedente, pues la antología está realizada con verdadero criterio. Nietzsche fue un gran innovador, capaz de dar forma a ciertas ideas que estaban incoadas aquí y allá, pero que necesitaban una configuración definitiva. Nietzsche nunca ofició de filósofo sistemático. En lugar de argumentar optó por la invectiva y la polémica; en vez de razonar prefirió el estilo sentencioso y aforístico. Pero detrás de esta imponente puesta en escena (en la que se apercibe una auténtica revolución estilística en su lengua natal alemana) se advierte el enorme poder de sus ideas: voluntad de poder, superhombre, vida, muerte de Dios, eterno retorno de lo igual. Esas ideas se hallan envueltas en el misterio; en lugar de esclarecerlas, Nietzsche optó por protegerlas mediante una doble estratagema muy eficaz: el lenguaje poético-simbólico (Así habló Zarahustra), y el estilo polémico y de combate (en casi el resto de su última producción). También constituye un camuflaje el uso del aforismo, que posee su máxima plasmación expresiva en sus obras intermedias (Aurora, El gay saber).

Nietzsche es la quintaesencia de una filosofía que ama el disfraz, o que podría definirse, más que por la "voluntad de poder", por la voluntad de enmascaramiento. Quizás porque en profundidad comprendió que el pensamiento es afín a las propias máscaras que necesita: en particular el lenguaje, con sus traslados metafóricos y metonímicos. Y ese carácter de ligazón del pensar con su eficiencia lingöística y retórica es un importante haber de una filosofía que consuma el "giro lingöístico" antes de ser plenamente avalado y teorizado por Wittgenstein (o por la hermenéutica existencial).

Pero quizás lo más peculiar de esta filosofía es que no se limita, como es responsabilidad de toda gran filosofía, a elaborar su propia época en conceptos (según el atinado precepto hegeliano). No es tan sólo una "filosofía del presente". Su capacidad de sobrevolar su circunstancia se debe a un hecho casi único: Nietzsche fue un gran filósofo; pero fue también un extraordinario profeta (en el sentido laico y secular de la expresión). Fue capaz de anunciar el advenimiento de una era de "nihilismo" en la que la devaluación de todos los máximos valores, compendiados en la frase "Dios ha muerto", corría pareja a la entronización de valores "vitales" de nuevo cuño (voluntad de poder, eterno retorno de lo igual). Ese nihilismo perfecto, que está lejos de haberse alcanzado, constituye un revulsivo general de nuestro modo de encarar la vida y su circunstancia. Ese nihilismo exige una nueva ética (más allá del bien y del mal), una nueva estética (más allá de lo bello y de lo feo) y, sobre todo, una nueva religión (la religión de Dionisio, recreada, re-suscitada).

Nietzsche pronosticó la "muerte de Dios" (del Dios vigente en la cultura occidental milenaria, nutrida de platonismo y cristianismo). Pero no dijo que con ello quedase cancelada la religión: propuso una nueva religión, la de Dionisio, en cuyo culto podía consumarse el consorcio del anhelo humano de trascendencia (hacia lo suprahumano) y las Ideas filosóficas que podían darle cobijo y sustento (voluntad de poder como volutad de creación; eterno retorno de lo igual como impulso siempre renovado de recreación y variación).