Heisenberg
Antonio Fernández-Rañada
22 diciembre, 2004 01:00Antonio Fernández-Rañada. Foto: Mercedes Rodríguez
Tan sólo Einstein, Newton, Maxwell y Bohr precedían a Heisenberg en una relación hecha por un numeroso grupo de físicos de todo el mundo para designar a los que mayor influencia habían tenido en la historia de la física.Detrás del suyo hay nombres como Galileo, Faraday, Planck, Fermi, etc.; entre ellos, muchos que con él compartieron teorías o las combatieron. Y es que la trayectoria vital de Werner Heisenberg (1901-1976) viene a coincidir casi exactamente con ese momento estelar de la física consagrada como la ciencia del siglo xx, hasta que en su cuarto final cedió la prioridad a las ciencias biológicas. La mecánica cuántica y la relatividad einsteiniana, seguidas de la doble hélice del adn, constituyen las tres grandes revoluciones conceptuales de toda la ciencia. El principio de incertidumbre de Heisenberg es uno de los enunciados que mayores consecuencias ha aportado y la mecánica de matrices está entre las más importantes teorías generales.
Fernández-Rañada no se ha contentado con trazar una biografía de Heisenberg sino que la ha enmarcado en un retrato más ambicioso de aquel periodo. El resultado es una obra coral, sin dejar de apuntar al pensamiento y a la actuación de su biografiado, del que dice Dirac que inició una edad de oro de la física teórica, la comprendida entre 1927 y 1932. Dirac aclaró la equivalencia entre las dos concepciones de la mecánica entonces enfrentadas, la ondulatoria de Schrüdinger y la matricial de Heisenberg. Una teoría de matrices que ya circulaba entre los matemáticos pero desconocida por abstracta para los físicos, excepto para algunos como Bohr.
Toda la dialéctica de Bohr no consiguió convencer a Schrüdinger de la necesidad de los saltos cuánticos. Ni Schrüdinger, ni Planck, Einstein o de Broglie, que habían abierto campos nuevos en la ciencia, pudieron aceptar todas las consecuencias conceptuales que las recientes ideas implicaban. Ahí está el debate de Bohr con Einstein, que intentaba refutar el principio de incertidumbre, debate que pasa por ser uno de los de mayor altura en la historia de la física. La práctica experimental decidió después que Bohr tenía razón pero gracias a la crítica de Einstein se han explorado y comprendido dominios de la física cuántica que sin ella habrían quedado quizá desconocidos. En los tres cuartos de siglo transcurridos desde entonces ninguna experiencia ha conseguido contradecir la afirmación de Heisenberg de que la teoría cuántica ha alcanzado su forma definitiva y que su principio de incertidumbre nunca será rebatido. Una vez más asoma el que desde joven estaba acostumbrado a ser el primero.
Este libro no es una hagiografía y no pretende ocultar un doble fracaso en la actuación de Heinseberg: su implicación en la fabricación de la bomba atómica para los nazis. Por una parte fue un fracaso científico, porque no lo consiguió. De otro lado está el aspecto moral: él no era nazi pero colaboró con ellos. La distinción entre lo que la ciencia puede conseguir y lo que le es lícito hacer nutre un ensayo que bajo la sentencia de Rabelais de que "ciencia sin conciencia es la ruina del alma" , sirve de epílogo al libro. Rañada ha puesto un gran caudal de lecciones, lecturas y muy honda meditación.