Image: Díez-Canedo: Obra crítica

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Ensayo

Díez-Canedo: Obra crítica

Enrique Díez-Canedo

17 febrero, 2005 01:00

Enrique Díez-Canedo

Fundación Santander Central Hispano. Madrid, 2004. 512 págs, 20 e.

Sigue la "Colección Obra fundamental", que auspicia la Fundación Santander Central Hispano, en su noble empeño de rescatar literatos ayer notables y luego caídos en el olvido. Guiada por un criterio riguroso y flexible, satisface una misión de primera importancia porque la cultura es algo muy distinto al triunfo del escaparate y la actualidad que hoy se imponen a lo crudo en el mercado.

Para la supervivencia del patrimonio intelectual de un país cumplen un papel básico las series de "Obras completas", pero son de menor utilidad inmediata a esta "Obra fundamental" que elige casi siempresólo una parte representativa de un escritor. Así, funciona como reclamo, y primer acercamiento, a nombres marginados. Eso ha hecho ya, entre otros, con Gastón Baquero, Ramón Gaya o la prosa de la revista mexicana "Contemporáneos".

Le ha llegado ahora el turno a Enrique Díez-Canedo (1879-1944), ensayista y crítico notable de la edad de plata, que fue entonces voz muy escuchada, atento comentarista de las letras de su tiempo, y que, aparte su propia creación poética, hizo un trabajo muy amplio; tanto que sus "Obras" recogidas en México en los años 60 anunciaron 15 tomos de críticas, artículos o ensayos generales, más otros dos con poesías suyas o traducidas. A pesar de una producción de tales proporciones y de la seriedad y prestigio de las plataformas periodísticas donde vieron la luz sus páginas, de su firma hoy queda pálida estela. Escribió en El Globo o La Voz y, sobre todo, El Sol; en el periódico argentino La Nación y los mexicanos El Universal y Excélsior; y en muchas revistas, en La Pluma, de Azaña, en España, de Ortega, donde firmó sus crónicas teatrales con el pseudónimo "Critilo", o en Hora de España de los aciagos días de la guerra civil. Era un crítico ponderado, exigente pero no agrio, más dado a la benevolencia que a la descalificación. Tenía una sólida formación clásica, y contaba con unos criterios basados en el conocimiento de la historia y en un gusto cultivado con entusiasmo. Por eso obtuvo el respeto de sus contemporáneos. Más que merecer la pena, es de justicia el rescate de los escritos de Díez-Canedo, este hombre de vida laboriosa que se vinculó con lo mejor de la España de comienzos de siglo. Atento a tender puentes con Hispanoamérica, quiso conectar a su país con los más avanzados de Europa. Y, como otros miembros de su promoción, prefirió "ir en la procesión a repicar en la torre", como decía Azaña, y se puso al servicio de la República, a la que sirvió como diplomático. Murió en el exilio, en México.

Escogiendo entre esa copiosa labor de Canedo, Alberto Sánchez álvarez-Insúa, investigador con probados méritos en el estudio de nuestras letras de entreguerras, ha preparado un amplio tomo de artículos. Cuando hay tanto que elegir, siempre puede echarse en falta algo en la antología. A mí me hubiera gustado encontrar la visión panorámica del teatro español desde 1914 hasta 1936 que publicó en Nueva York en 1937, en inglés, y en España al año siguiente. No por capricho, sino porque la labor del crítico tiene hoy un particular interés como notario del acontecer artístico menudo cuyas observaciones valen para revelar el entramado global de una época. Pero, salvo matices por causa de preferencias, el trabajo de Alberto Sánchez sólo merece reconocimiento. Hace el antólogo una presentación del personaje sucinta (también lleva el libro una bibliografía de J. M. Labrador). La selección se ordena en torno a tres ejes: crítica teatral, artículos sobre poesía y los comentarios que el propio autor agrupó en tres series de "Conversaciones literarias".

Muestrario, pues, amplio, bien organizado y representativo. En él cabe la crónica de urgencia, la crítica inmediata pero razonadora, el apunte calibrador con raro equilibrio de novedades y vanguardismos, y la semblanza de un personaje con su carga de emoción. Los juicios y análisis de este fino intérprete de la cultura de anteguerra conservan mucha frescura. Por eso, aparte la oportuna reivindicación, hay que agradecer esta antología. Fue, además, el crítico no un plumilla fácil sino que se exigía la dignidad de la escritura, esa virtud que él alababa al prologar a otro crítico hoy olvidado, Enrique de Mesa, quien, según Canedo, revestía sus opiniones de "gallardía y gracia suficientes para vivir de su propio jugo". Pensaba Canedo que la crítica pertenece a los géneros artísticos.