Image: ¡Houellebecq!

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Ensayo

¡Houellebecq!

Fernando Arrabal

14 abril, 2005 02:00

Fernando Arrabal. Foto: Lis

Ed. F. Utrera y J. L. L. Bretones. Trad. L. Memeuleneire, D. Rubio y A. Rojas. Hijos de Muley Rubio. 206 pp, 35 e.

Este no es un libro fácil, sino facticio: suma de materiales diversos, concierto de múltiples voces. Pero su lectura resulta muy grata, aunque no exenta de sobresaltos, y no tanto por el talante provocador de sus dos protagonistas, Arrabal y Houellebecq, sino por lo reiterativo de muchas de sus frases.

Son como chispas despedidas por dos fuentes de luz y de calor, a la vez literario y humano: una conversación entre ambos escritores, mantenida en 2002, y el capítulo IV, dedicado al proceso contra el autor de Plateforme que se sustanció en septiembre de 2002, y que fue promovido por varias asociaciones islámicas que lo acusaban de blasfemo al amparo de una ley francesa de 1881 promulgada ¡en defensa de la libertad de prensa!

Houellebecq, como antaño Flaubert, fue absuelto, tras un juicio en el que intervinieron en su defensa varios editores y escritores, entre ellos Arrabal. Su testimonio fue regocijante por lo desenfadado y eficaz por lo profundo, pues él mismo había sufrido una situación semejante en sus propias carnes 35 antes, en plena España franquista, y había contado con el apoyo de Cela, Aleixandre, Canetti, Beckett y Octavio Paz.

Desde su propio título, esta obra habla de la fraternidad entre escritores y la expresión rotunda de la admiración que puede nacer entre ellos. Y también de las afinidades electivas. Ambas circunstancias se dan entre Houellebecq y Arrabal, quien lo considera el "primer poeta y novelista de su generación" (pág. 74), "un genio voluntariamente (por su habilidad ingeniosa) transformado en ingenuo" (pág. 15). El autor de Fando y Lis, proclive al asociacionismo de los genios en que consiste el Collège de Pataphysique, llega a decirle a Houellebecq que "fallecidos muchos de mis mejores amigos como Beckett, Cifran, Ionesco o Topor, hoy usted tiene un lugar esencial en mi vida" (pág. 65). Y bien que lo demuestran estas páginas. Las afinidades entre los dos incluyen sus nacimientos respectivos en áfrica, y una larga serie de intereses comunes, desde las matemáticas y el sexo hasta el ajedrez, la música o las relaciones entre religión y ciencia. Estos temas asoman una y otra vez en un texto reiterativo a resultas del aluvión de documentos que lo componen, la mayoría publicados en El Mundo entre 1998 y 2004.

Nuestro escritor da paso a otras voces, amén de la su admirado colega francés: no es raro que incluya fragmentos de misivas remitidas por personas varias en apoyo o contradicción de lo que él mismo escribe. Pero su voz propia es inconfundible: hace un uso admirable de la eutrapelia verbal para iluminarnos con ráfagas de in-genio como sus famosas jaculatorias "(del latín jaculari)", sus arrabalescos, que vienen a ser arabescos verbales de Arrabal, sus euforismos, "aforismos eufóricos", y sus entradas para una lexicografía patafísica, de las que podría surgir el mejor diccionario para navegar por el nuevo milenio.