Image: Mis 100 mejores cartas del director

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Ensayo

Mis 100 mejores cartas del director

Pedro J. Ramírez

26 mayo, 2005 02:00

Pedro J. Ramírez. Foto: Jaime Villanueva

La Esfera de los Libros. Madrid, 2005. 688 páginas, 25 euros

Quien interprete estas "cartas" como mera antología de artículos periodísticos, como superficialmente parece sugerir el título, confirmará lo que a priori barrunte o quizá recuerde vagamente (por haberlas leído en su momento), la actitud combativa del director de El Mundo por las causas políticas que le merecen la pena.

Causas como la defensa de las libertades, la separación de poderes, la regeneración democrática o el antibelicismo, por citar las fundamentales. Pero cabe una segunda consideración en clave más profunda, atendiendo al subtítulo de "25 años de la vida de España (1980-2005)". Estas páginas conforman en efecto un peculiar retrato de los logros e insuficiencias de nuestra democracia. Para ser exactos, más las segundas que los primeros porque el autor entiende el rol del periodista no como simple testigo sino más bien como conciencia vigilante al modo zoliano. Para Ramírez, en la sociedad de los mass media el reportero desplaza por eficacia al intelectual clásico. Los diarios que ha dirigido han dado buena muestra de esa manera de entender la labor periodística. De ahí también que esa conducta concite tanto entusiasmo como rechazo, actitudes viscerales o interesadas protagonizadas a veces por los mismos personajes, que han pasado del amor al odio en función de la coyuntura.

Pedro J. Ramírez hace gala de su independencia como su mejor capital o base indispensable de su credibilidad. Según explicita en las entradillas que sitúan cada "carta" en su contexto, esa autonomía le ocasionó en múltiples ocasiones general incomprensión (caso gal) o abierta hostilidad (la del entramado felipista con los affaires Guerra, Filesa, Ibercorp…). No es menos cierto que estamos ante el pura sangre que busca la polémica y escarba sin tabúes (y así aparece la "gente guapa" haciendo "cosas tan feas"), que se crece en el combate (ley Corcuera), y que aún reserva un hueco para confesar sus sintonías personales más allá de los colores políticos (Garrigues Walker, Anguita).

Dos aspectos me parecen especialmente destacables. Primero, la empatía hacia todas las víctimas, cuando aún se las atendía menos que ahora (magnífico ese "Rhinoceros", la genial pieza de Ionesco como retrato moral del Euskadi de 1980), que se prolonga luego en un conmovedor homenaje a los muertos más cercanos (de Lacalle a Fuentes). Segundo, la coherencia en el rechazo a la alternativa bélica, no sólo en lo más fácil (Iraq), sino en aquel lejano 1991 en que el gobierno socialista y los progres del momento no manchaban su conciencia sometiéndose a los dictados de Bush padre en la guerra del Golfo.

Pedro J. Ramírez suele partir en sus "cartas" de una anécdota nimia, que luego se carga de sentido, o de una evocación histórica, literaria o cinematográfica que sólo más adelante revelará todo su significado, para desembocar casi siempre en una moraleja, entendida en su sentido prístino, porque política y exigencia ética deben ser en su opinión dos caras de la misma moneda. Consigue así imágenes deslumbrantes como el nacionalismo vasco como el reloj parado del reportero Steer, el paralelismo del dúo Maragall-Carod con El sirviente de Losey o Zapatero como el borgiano Pierre Menard.

Estas "cartas" se leen ahora, al cabo de los años (más de veinte en algunos casos, como las escritas cuando su autor dirigía Diario 16), de un modo muy distinto a cómo se leyeron entonces, en el periódico correspondiente, en el fragor del día a día. Algunas aluden a personajes o situaciones que teníamos casi olvidados (José María Calviño, el borbollismo, Hernández Mancha, los ultras de El Alcázar). Otras conservan por desgracia plena vigencia, como las que analizan el conflicto vasco. No tienen desperdicio las que enjuician de frente a los dirigentes supremos de estos años, Felipe González y José María Aznar. Y aún podrían mencionarse las que, al hilo de la politización judicial o la concentración mediática, nos plantean los grandes lastres que no ha podido o querido erradicar la clase política. En este sentido, no estamos tan sólo ante el testimonio de una época, sino ante una reflexión sobre la "calidad" de nuestra cultura democrática.